Que tonto sería si tratara de explicar lo que el amor realmente entraña, lo que sí puedo hacer es compartir desde la humildad y el respeto: Porque para mí el amor es un anciano dulce que tiene hijos, nietos y hasta bisnietos.
El amor que yo conozco es mudo pero no sordo ni ciego: es capaz de escuchar a todo el mundo, pero no se siente en la obligación siempre de opinar, sino solamente cuando alguien se lo pide. Entonces no opina desde sus creencias, sino desde sus vivencias. El amor sabe perfectamente qué no existen vivencias iguales y por tanto no hay experiencias idénticas.
Los hijos mayores del amor son la paciencia, el respeto, la tolerancia, el asombro, la humildad, y la curiosidad. Los nietos son la aceptación, la bondad, y la capacidad para conmoverse ante el sufrimiento ajeno.
El amor percibe la profundidad de cada épica batalla que libramos los humanos contra los miedos. La bondad también ha tenido descendencia y anda por ahí haciendo travesuras: El sentido del humor, que por tanto es bisnieto del amor.
Mi niño interior adoraba jugar con carritos, a los escondidos, a la pelota... Un día usamos unos sacos de yute qué habían tirado, para hacer una fabulosa carpa de un circo con su palo mayor y teníamos domadores de leones y hasta Magos. Jugábamos a las bolas, y cuando estaba cogiendo la puntería para tirar y tratar de acertar, estaba ahí, presente, disfrutando a tope aquel momento, no tenía preocupaciones de cómo iba a pagar la hipoteca el mes siguiente, ni había recibos de agua y luz.
Un día aciago me enrole en el ejército, me afilié a un partido político, me rodee de títulos y grados militares, me convertí en director de una empresa, fui el cabeza de una familia, tuve propiedades... dejé progresivamente de Ser, para convertirme en el capitán, el gerente, el padre de, el marido de... Hasta que me di cuenta.
Hoy he perdido mis títulos (o no son válidos donde vivo) No soy Mayor de ningún ejército, ni profesor de ninguna asignatura, ni gerente de ninguna empresa. No tengo patrimonios materiales, ni siquiera pensiones respetables. De no tener, no tengo siquiera identidades legales, no rezo como un fulano. No soy ni pies ni cabeza de ninguna familia, porque nadie depende de mi (la vida se encargó de demostrarme que pueden vivir sin mi apoyo material perfectamente). Sólo nos unen unas crecientes ganas de abrazarnos, una aceptación misteriosa de quiénes somos y aún así, decir que podemos tener puntos de vista diferentes, podemos hasta en cierto momento, discrepar en cosas cotidianas, pero regresar a la sapiencia de que somos... y después de ese verbo, no se ha de escribir NADA!!
Estoy recordando a jugar de nuevo, ahora con juguetes diferentes de la patrulla canina, he cambiado mi caballo de palo, por carrito que compré en os chinos. “¿Pala tú nieto?”, me dijo. – “No, para mí”, le respondí. Y me miró como si hubiera visto al mismísimo emperador de aquella ciudad prohibida, o a un loco, o a un niño. ¡Ay chino manila!, si tu supieras lo rico que la estoy pasando, jugando a que las ruedas del camión se atascan en la almohada. Y mi camión es de volteo, puede cargar algunas monedas y SOLTARLAS. ¡Nunca mi niño tuvo tal maravilla!
Progresivamente voy aprendiendo a soltar, voy fluyendo en este río que curiosamente para mi, se vuelve cada vez más turbulento, más fuerte la crecida, más oscuras y turbias sus aguas. Voy recobrando la capacidad de jugar, pero ahora, con un gozo tremendo, hago consciente que los carritos, los caballos de palo, las bolas y las yaguas para resbalar por las barrancas, no son los únicos juguetes.
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Autor: José Miguel Vale
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