Publicado por: Joss Perez ..
En este continuum que es la vida, todo se mueve, todo cambia. A una época de esplendor le sigue otra de decadencia; a un impulso, un retroceso. Unas veces estamos en la cumbre del éxito y otras nos abrigan la desesperación y la incertidumbre. Es esta oscilación entre uno y otro extremo lo que hace sentirse vivo al ser humano y es también ella la que le impide hallar la paz y la tranquilidad necesarias para hoyar un sendero espiritual que lo lleve de regreso a la divinidad.
Tantas veces sentimos un impulso de acudir a una conferencia concerniente al sentido de la existencia humana, abrir un buen libro relacionado con la espiritualidad o de sostener una charla con algún amigo acerca de temas trascendentales, pero estamos tan habituados a unas rutinas laborales, académicas o de ocio que terminamos por responder: “Lo siento, no tengo tiempo”, y la vida continua.
El tiempo como convención humana
Aunque el sol, así como nuestros nombres, sigan siendo los mismos, la luz es cada vez más brillante y pone al descubierto más elementos de la verdad universal, aquella que se manifiesta en todas las formas materiales presentes en los reinos de la naturaleza.
Con el paso del tiempo, nuestra personalidad se desarrolla y cambia constantemente aunque no podamos detectar el instante preciso del cambio, como tampoco podemos controlar el flujo y reflujo de las olas del mar.
Y es que el tiempo se empeña en difuminar todas nuestras actuaciones y eliminar los resultados visibles; sin embargo, con un poco de meditación y sabiduría, llegamos a comprender que el tiempo no existe, al menos no en la forma en como creemos. El tiempo se reduce a una manera de aproximarnos a los hechos y los eventos, porque… ¿Cómo podríamos establecer el momento exacto de nuestro nacimiento prescindiendo de un almanaque?
Somos atraídos a las cosas, nuestros sentidos se posan sobre los objetos o notan los hechos y allí es cuando percibimos su presencia, le asignamos una fecha y, por ende, una existencia. Así creamos el tiempo. Si un observador se sitúa en un punto localizado entre Marte y Júpiter, por ejemplo, ¿Cómo sabría qué hora, día o año es? Allá arriba, con escasa luz de sol, sin calendarios y sin referencias materiales, ¿cómo podría hablar de tiempo?
Prescindiendo no solo de calendarios, sino de fechas, de compromisos sociales, reuniones laborales y agendas complejas, solo así podremos notar la ausencia de lo que hemos dado en llamar “tiempo”. Pero esto no es posible, al menos por ahora.
La vida en este mundo tridimensional exige que consideremos y enfilemos la aparición de los hechos y de las cosas como una forma de salvaguardar la existencia de todo, incluida el alma, aunque en el fondo de nuestro ser percibimos que existe algo de mentira, de engaño o de carencia en este comportamiento.
De vez en cuando y mediante los sueños o los estados hipnagógicos nos llega la certeza de que algo está cambiando en relación con la percepción del tiempo, pero no tenemos el grado de consciencia necesario para traducir este conocimiento en palabras y poderlo expresar abiertamente. En consecuencia, preferimos convencernos que se trataba simplemente de otra alucinación propia de la falta de juicio en los sueños y optamos por callar.
Las conferencias, los libros, los amigos y los estados de consciencia superior siguen invitándonos a trascender nuestra actual condición de consumidores y clientes, de números y de códigos; de trabajo, estudio y ocio, hasta que llega un momento (¿tiempo?) en que decidimos aceptar esa invitación y entramos en un mundo enteramente nuevo pero no completamente desconocido para nosotros.
La exigencia es por una transformación integral, que abarque el total de las expresiones o dimensiones del ser humano –incluido el tiempo– esto es en lo político, lo social, lo económico, lo espiritual, entre otras. Y cuando iniciamos este recorrido, sin importar cuál fue el detonante, comprobamos que no somos los únicos que tenemos estas inquietudes y que ya existen personas o grupos de personas que han avanzado en el proceso.
Empezamos a notar que más allá del tiempo y en muchas partes del mundo, se están dando sucesos que permiten pensar que una revolución tendrá lugar en el planeta y el universo en general.
Quizás nos alegre comprobar que existe una cierta sincronicidad entre las diferentes sociedades gracias la conectividad genotípica de los individuos. Sin duda, un mejoramiento sensible en nosotros mismos, mejora considerablemente el universo y esto es –entre otras cosas– lo que genera pánico en las estructuras de poder que actualmente rigen y controlan el mundo.
Tanto mayor crecimiento y desarrollo espiritual, esto es, incremento de la consciencia, cuanta menor posibilidad hay de dominar y controlar al ser humano. Los librepensadores son atípicos y siempre serán vistos como amenazas dentro de una sociedad que se caracteriza por la uniformidad en el actuar y en el pensar siguiendo una misma línea de tiempo, siendo esa condición etaria lo que facilita su dominio y control. En esta proximidad del tiempo, la invitación es para que miremos un poco más de cerca las consecuencias de esta situación.
El tiempo actuando en la sociedad
Todo tiene un comienzo y un final y es por eso que, conscientes de esta sentencia perentoria, las actuales estructuras de poder –esencialmente en los aspectos político y económico– emiten sus estruendosos ruidos para intentar mantenerse fijas tanto tiempo como les sea posible, y lo hacen sobre la base de la ignorancia manifestada en tan diversas y complejas formas que pareciera imposible corregirlas todas.
Las fuerzas oscuras (muchas veces camufladas en acciones altruistas o solidarias) combinan sus esfuerzos para sostener un statu quo que les permita acumular y mantener sus grandes capitales (no solamente económico, sino político, social e intelectual) y para ello no escatiman esfuerzos ni recursos, aquellos que van desde la influencia abierta o soterrada, pero efectiva, de algunos medios masivos de comunicación hasta el terrorismo, la aniquilación y la barbarie, pasando por el control de los sistemas educativos en colegios y universidades.
Existen muchas formas de matar, no solamente se trata de acabar con el cuerpo físico, sino también de acallar las voces de protesta, y descalificar, avergonzar y desnaturalizar aquellos mensajes que contienen la verdad y que pretenden concientizar o humanizar al ser humano. ¿Tendremos tiempo para esta labor?
No se requiere ser un sabio para notar estos esfuerzos, como tampoco hace falta estudiar en profundidad el tiempo como una dimensión o los elementos que conforman la estructura social actual.
Solamente debemos “despertar” y “abrir los ojos”, tal como lo diría un sabio oriental. Abrir los ojos a la realidad y observarla desde una perspectiva diferente, más amplia e incluyente, inclusiva con los conceptos de espacio y tiempo, de cuerpo y alma, de cerebro y mente. Ser un poco más críticos con los componentes realmente “críticos” de una sociedad.
Dejar de entretenernos en la superficialidad y la banalidad para penetrar en el sentido exacto de lo que significa “vivir” como ser humano. Dejar de pensar y actuar en términos de minutos, horas y días para notar y vivir la totalidad de la dimensión.
Sociedad deshumanizada
Pensar en la inexistencia del tiempo, en una creadora rebeldía social y en una forma diferente de actuar, es algo atrevido y disonante con el conformismo, la linealidad del tiempo humano y el gregarismo. Muchos grandes seres humanos han pagado un precio caro por pensar, por atreverse a hablar en voz alta, por desafiar el “orden establecido” y por osar defender la verdad. Esto ha sido así desde los albores de la humanidad y seguirá sucediendo mientras avancemos a tientas y apegados al tiempo por este sendero.
No obstante, sin derrotismos pero con un toque de realismo, debemos estar preparados para ello ya que no hay en este nuevo paradigma de vida lugar para la cobardía, la antipatía, la anarquía o la pasividad. ¿Cuál es nuestro papel en esta nueva era? Quizás… ¿Continuar negando la posesión del tiempo como una excusa para no actuar?
Hay muchos caminos que ya hemos recorrido con mayor o menor éxito y algunos de ellos son:
Vivir la vida como una línea de sucesos en el tiempo (levantarse, ducharse, ir al trabajo, almorzar, volver al trabajo, ir de compras, regresar a casa y dormir para luego recomenzar al día siguiente).
La pasividad en el actuar, esperando que otros tomen las decisiones arriesgadas y fijen el rumbo que debemos seguir (aplicable a todas las dimensiones del ser humano, incluido el tiempo).
La pobreza intelectual o esa condición de postración del intelecto que se niega a preguntar, cuestionar, indagar y que se limita a aceptar ciegamente lo que el tiempo le trae.
Es hora de abrir nuestra mente y dejar entrar nueva luz que ilumine la consciencia de lo universal. Empezar a “pensar” por nosotros mismos y creer que existe algo más allá de la familia, de la vecindad, de la ciudad y la nación por defender, apoyar y desarrollar. Elementos de vida situados aún más allá del tiempo y del espacio que nos invitan a unir esfuerzos y recobrar la integralidad que supone la comunión entre lo material y lo espiritual.
Debemos comprender que, siendo la vida una sucesión constante de instantes, lo que llamamos tiempo no es más que la ocurrencia externa de hechos y fenómenos que suceden en esos instantes y que si desmontamos la linealidad de los mismos, lo que nos queda es un instante siempre presente que nos confirma que la historia es cíclica y que por tanto, una lección bien aprendida, no requiere repetición, lo que permite la evolución en todas las dimensiones. O si prefieres podemos verlo así: “este es un tiempo de reflexión y de renovación, tiempo de compromiso y de actuación”.
Ha sido en este tiempo sin tiempo donde a partir de la década de los ochenta, muchos “nuevos seres” de todas las edades y condiciones, están sintiendo el llamado a la acción en todas sus manifestaciones y están respondiendo abiertamente desde sus propias limitaciones, pues no se trata de hacer mucho o poco, simplemente se debe “hacer”. Equipos humanos se están movilizando en muchos países, grupos ecologistas marchan en Madrid, Hong Kong, Berlín o Londres.
Movimientos Humanistas toman partido por el ser humano en diversos puntos del planeta, particularmente en América del sur; asociaciones de consumidores conscientes se “salen” del sistema e inventan su propio método de intercambio de bienes y servicios en Barcelona, Hamburgo y Berlín. Una fundación ciertamente responsable (FDS)[1] nos invita a “cortar los cables” y desconectarnos de la red eléctrica gubernamental para producir nuestra propia energía solar gratuita; los resultados de los experimentos de N. Tesla se materializan y se dan a conocer en el mundo entero y la propulsión de coches y cohetes mediante el uso de agua común y corriente empieza a tomar fuerza.
Todo se mueve y todo cambia, incluso el tiempo mismo lo hace. A una época de decadencia y oscurecimiento como la actual, le sigue una de desarrollo y progreso como la que vendrá.
Los cambios se están dando ahora mismo y en todos los niveles, depende de cada uno de nosotros el percibirlos y ser parte de ellos.
¿Cómo percibes el tiempo? Ante esto nos surge otra pregunta:
¿Estaremos dispuestos a pagar el precio de cambiar, de movernos hacia un nivel de consciencia superior?
Un buen comienzo puede ser atrevernos a ver el tiempo como algo que existe solo en la relación entre los objetos y los sentidos, como una convención que permite la convivencia y la comunicación de ideas y pensamientos entre los seres humanos. Luego, podemos abandonar viejas estructuras de pensamiento y de obrar y, finalmente, entrar en alguna de esas corrientes de transformación desde las posibilidades que tengamos en este momento.
Pero si aún no es el “tiempo” apropiado para nuestra participación, si todavía consideramos que la situación política, económica, social o moral de la región, el país o el mundo es la mejor, simplemente disfrutemos o suframos lo que cada día nos presente. Llegará el momento adecuado para nuestro despertar, solo es cuestión de “tiempo”.
Y cuando llegue ese momento –y llegará–, nos hallará listos y con las herramientas dispuestas para hacer nuestro aporte a la re-definición de una sociedad que está llamada a ser justa, incluyente y, por cierto, realmente humana.
Abandonemos el temor al cambio concientizándonos que es una de las pocas cosas inevitables en esta vida y concentremos las energías en determinar la dirección que debemos seguir, ¿hacia dónde debemos cambiar?
¿Cuál es la más bella y digna expresión que puedo hacer de mí mismo? ¿Cuál es el ideal más elevado de ser humano que mi mente puede concebir? Preguntas como estas nos ayudan a trazar un sendero de mejoramiento individual y colectivo. ¡Este es nuestro tiempo!
[1] Fundación Desarrollo Sostenible: http://www.fundaciondesarrollosostenible.org/
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