Pocas veces los adultos se han visto tan superados, perdidos y desconcertados respecto a la educación de niños y jóvenes como ahora.
Hay un libro que hace referencia al arte de hacer regalos y en el que se dice que el regalo habla por uno mismo, que cada obsequio que uno hace se convierte en una expresión del propio gusto, en una muestra del interés hacia el obsequiado, e incluso en una indicación del poder personal. Describe todo tipo de regalos (baratos, extravagantes, de cumpleaños, para el jefe…), así como las costumbres de varios países sobre los obsequios.
Nada de lo anterior llama excesivamente la atención, en cambio sí sorprenden dos líneas –sí, dos líneas de las ciento sesenta y una páginas que tiene el libro– que hacen reflexionar sobre los regalos: la dedicatoria que la autora hace a sus padres y la cita que la acompaña: El único regalo verdadero es parte de uno mismo.
Sí, regalar es un arte pero hay algunos regalos que están dentro de nosotros, dentro de nuestras familias, regalos que hacen que las personas se sientan bien y que no cuestan ni un euro. No hay que ir a comprarlos, sólo hay que darlos.
Sí, regalar es un arte pero hay algunos regalos que están dentro de nosotros, dentro de nuestras familias, regalos que hacen que las personas se sientan bien y que no cuestan ni un euro. No hay que ir a comprarlos, sólo hay que darlos.
Aparte del regalo material, que siempre tendremos que hacer, hay regalos en la línea antes apuntada que fácilmente podemos hacer y aprovechar así la ocasión para enseñar este arte a los demás, a nuestros hijos en primer lugar. Ahí van seis sugerencias de regalos.
El primer regalo es el del TIEMPO: dar nuestro tiempo. En la sociedad en la que vivimos no se da tanto una pobreza material como una pobreza de tiempo.
Tiempo para el buen Dios, para nuestro cónyuge, para nuestros hijos, siempre en este orden. La madre Teresa de Calcuta decía: “No tenemos tiempo para nuestros niños, no tenemos tiempo para el otro, no hay tiempo para poder gozar uno con el otro”.
Tiempo para el buen Dios, para nuestro cónyuge, para nuestros hijos, siempre en este orden. La madre Teresa de Calcuta decía: “No tenemos tiempo para nuestros niños, no tenemos tiempo para el otro, no hay tiempo para poder gozar uno con el otro”.
El segundo regalo es el de ESCUCHAR. Bien es verdad que es una disciplina que no se enseña, al contrario de lo que ocurre con el habla, con la lectura o con la escritura, a las que se dedican cientos de horas.
Con más motivo hemos de practicarla y enseñarla; hasta llegar a la verdadera escucha, la empática: sin interrumpir, siendo capaz de ponerse en el lugar de la persona que te está hablando, prestando atención a lo que te dice y a cómo te lo dice, qué lenguaje corporal está utilizando.
Con más motivo hemos de practicarla y enseñarla; hasta llegar a la verdadera escucha, la empática: sin interrumpir, siendo capaz de ponerse en el lugar de la persona que te está hablando, prestando atención a lo que te dice y a cómo te lo dice, qué lenguaje corporal está utilizando.
Intentar escuchar –por lo menos– el doble de lo que hablamos, por eso tenemos dos oídos y una boca y ésta la podemos cerrar, pero aquellos no.
El tercer regalo es el del CARIÑO. Ser generosos en la demostración de cariño por la familia, por los amigos: un beso, un abrazo, una palmada en la espalda, un apretón de manos…
Hay que empezar siempre por el cariño entre los esposos. Los hijos, para que se sientan seguros y lleguen a ser adultos felices, necesitan haber asimilado la ternura de sus padres. El cariño hay que demostrarlo y comunicarlo, para que, el día de mañana, nuestros hijos puedan transmitirlo.
El cuarto regalo es el de la DISCULPA. Cuando cometamos algún error, cosa que hacemos a menudo el común de los mortales, sea de la magnitud que fuere, con la esposa, los hijos, los amigos,... que sepamos pedir perdón.
Pero hay que saber que una disculpa sincera tiene tres partes: lo siento, quizás la culpa fue mía y ¿cómo lo puedo arreglar? Esta tercera –a pesar de ser la más importante–nos la solemos saltar.
Pero hay que saber que una disculpa sincera tiene tres partes: lo siento, quizás la culpa fue mía y ¿cómo lo puedo arreglar? Esta tercera –a pesar de ser la más importante–nos la solemos saltar.
El quinto regalo es el de la GRATITUD. Santo Tomás decía: el mismo orden natural requiere que quien ha recibido un favor responda con gratitud al que le ha beneficiado.
Enseñar a los hijos a ser agradecidos. En general saben lo que valen las cosas, pero no lo que cuestan.
La gratitud es algo muy sencillo pero muy poderoso. Una de las formas de hacer sentir bien a las personas es decir “muchas gracias”. En muchas ocasiones es cuestión de justicia; en otras, de magnanimidad.
Enseñar a los hijos a ser agradecidos. En general saben lo que valen las cosas, pero no lo que cuestan.
La gratitud es algo muy sencillo pero muy poderoso. Una de las formas de hacer sentir bien a las personas es decir “muchas gracias”. En muchas ocasiones es cuestión de justicia; en otras, de magnanimidad.
Y por último, el sexto regalo es el de la SONRISA. De entrada es la forma más barata de mejorar nuestra apariencia.
Cualquier persona que conozcamos merece ser saludada con una sonrisa, ¡empezando por los de nuestro hogar! Y recordemos que nadie necesita tanto de una sonrisa como aquel que no sabe darla a los demás.
Cualquier persona que conozcamos merece ser saludada con una sonrisa, ¡empezando por los de nuestro hogar! Y recordemos que nadie necesita tanto de una sonrisa como aquel que no sabe darla a los demás.
¡Es tan importante para educar! Nunca hemos de subestimar la importancia de estar alegres, perfectamente compatible con la exigencia.
No podemos escoger cómo nos sentimos, pero sí podemos elegir cómo actuamos al respecto.
No podemos escoger cómo nos sentimos, pero sí podemos elegir cómo actuamos al respecto.
Que regalemos bien.
Luis Bordonaba
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