Esperar el resultado de un estudio médico… Ignorar si podremos o no conservar nuestro trabajo… No tener certeza sobre cómo solucionaremos un problema inmediato… Hay momentos de la vida en los que el futuro se presenta a tambor batiente como incierto, y esto nos genera zozobra, inquietud, ansiedad… Tememos que ese futuro llegue y a la vez deseamos que así sea de una vez, y que pase… Y si este desasosiego se nos va de las manos… nos paralizamos, o nos irritamos, experimentamos pánico o bien generamos síntomas físicos acuciantes (dado que la amígdala cerebral, que es nuestra campanita de alarma en el sistema nervioso central, suena como si la vida se estuviera incendiando!).
Este sentir es tan antiguo como la humanidad. Tan es así que la Psicología Budista, hace ya muchos siglos, advirtió la necesidad de abordarlo para que no nos desborde. Hoy, los enfoque cognitivos para aprender a transitar la incertidumbre tienen mucho en común con aquellas técnicas. Se trata no de un pensamiento, sino de una actitud que abarca mucho más que la razón: cuando uno se descubre a sí mismo como un hamster pedaleando su ruedita de metal cada vez más rápido (pobrecito!), necesita buscar dentro de sí su lugar más maduro, y tomar refugio en él. En el Budismo se le llama a esta práctica “estar en el tiempo”. Sí: cuando el fabricador de miedos que llevamos dentro empieza a presentarnos panoramas terribles y callejones sin salida, necesitamos desidentificarnos de ello (como lo dice la Psicología Transpersonal), y darnos cuenta de que es sólo un pensamiento. Y que ese pensamiento dispara emociones autogeneradas. Nos hemos “salido del tiempo”, como un tren que descarriló! Precisamos traernos nuevamente a las vías del presente… pues no hay otras!
De este modo, cuando me veo en la página 52 del libro de mi vida, y, con la desesperación por no soportar la incertidumbre, trato de adelantar las páginas de manera torpe e inviable… respiro hondo, me doy cuenta, y a partir del autoaquietamiento uno le puede volver a llamar a cada cosa por su nombre: esto es pensamiento, esto es imaginación, esto es un supuesto, esta emoción se basa en algo que, al menos hoy, no es real… Vuelvo al ahora. Conectándose con lo que es el presente, puedo soltar la pretensión de querer controlar el porvenir.
Y, en ese intento (que de ningún modo digo que sea fácil), uno va descubriendo el truco: había un engaño desde el principio mismo del asunto! Claro: porque cuando nada nos desasosiega en demasía es porque hacemos de cuenta que la incertidumbre no existe. Que mañana tendremos todo lo que hoy, que la vida es estable, la pareja “sólida”, y la realidad inmutable. Qué ilusión… La vida es incertidumbre pura! Una vez que lo asumimos, tenemos dos opciones: vivir como conejos aterrados, escondidos en un hoyo, o, por elevación, transitar el camino sabiendo que la incertidumbre es parte innegociable de las reglas del juego.
Así, lo incierto del porvenir esconde también sus bellezas: semillas que germinarán más adelante, las que en su momento serán sorprendentes alimentos que nos estaban aguardando sin que lo supiéramos. En la incertidumbre de la vida se encuentra parte de su maravilla: lo más luminoso que nos haya sucedido aguardaba allí, entre las madejas de lo incierto, sin ser siquiera sospechado por nosotros hasta su bendita aparición en nuestra realidad.
Cuando entramos en desasosiego es muy importante saber que esa inquietud essólo una parte de nosotros: como un niño asustado, que necesita ser confortado, calmado. Si ese niño puede sentir que cuenta con otra parte nuestramás madura, nos es posible generar cierta actitud de autoparentalización: como criándonos a nosotros mismos, abrazamos a nuestra parte asustada, a sabiendas de que lo único que hay es el hoy.
Quisiera convidarles al respecto un poema, pero en vez de escribirlo les dejaré un enlace para que lo escuchen (así mi voz les acompaña también!). Está disponible clickeando aquí. Un cálido abrazo…
© Virginia Gawel
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