miércoles, 20 de julio de 2016

Gracias por estar aquí y compartir éste momento conmigo.


No sé si alguien te ha dicho esto. Si nos estábamos tardando demasiado, te lo diré yo: qué bueno que naciste. Ignoro también si has reflexionado en las bendiciones que has esparcido por la vida de otras personas sin darte cuenta. Pero yo te digo: qué bueno que llegaste.
Quizás las circunstancias de tu vida te han parecido duras y has pasado por algunos dolores que piensas que te han cerrado el corazón. Has sufrido algunas injusticias y padecido vicisitudes innecesarias. Las personas que debieron decir “te amo” no lo han hecho y las encargadas de educarte te descuidaron y descargaron sobre ti su neurosis. Ahora mismo reflexionas en que son personas con limitaciones que lidiaron como pudieron con la carga de sus propias cargas antiguas. ¿Qué podemos esperar de quien desconoce las dulzuras de la vida y ha sido recibido en el ruedo con maltratos, qué, de quien no ha sabido cuidar siquiera de sí mismo? Las víctimas se convierten en victimarios y no porque hayan decidido ser malos sino porque todos compartimos lo que tenemos y las víctimas tienen dolor.
Mira con compasión a quienes han estado antes que tú y a quienes te han traído a la existencia porque sus amores, sus anhelos, sus pasiones, o hasta sus descuidos, fueron los justos para que el universo pudiera acomodar las piezas que te hicieron un lugar en éste mundo. Ha sido porque ellos existieron, aún con todas sus deficiencias, que Dios pudo a través de dos cuerpos insuflarte vida y colocarte sobre tus pies hollando la tierra pura en que ahora te encuentras. Míralo así, pues también sus imperfecciones influyeron para que estés aquí a mi lado en éste momento, respirando el aire que respiras y transformando la existencia que transformas.
Pero también míralos con gratitud. Porque a pesar de sus muchas limitaciones pudieron darte el altísimo don de la existencia, y de la posibilidad de ser. ¿Qué importa si sus condiciones no fueron óptimas o si sus descuidos mermaron tus disfrutes en aquellos primeros años? ¿Qué, si sus impurezas dañaron lo que se puede reparar? Gracias porque te cargaron a pesar de la incomodidad, porque te tuvieron a pesar del dolor, y porque te mantuvieron con vida hasta que pudiste valerte por ti misma. Gracias porque fueron maestros de qué hacer y maestros de qué no hacer, pocas personas son las dos cosas en nuestras vidas.
En definitiva, no importa cómo empieza esta historia sino como decides terminarla. Otros escribieron la primera línea y también influyeron mucho en los primeros capítulos, ¿y qué? Eres ahora la dueña de la pluma y el tintero, las páginas que vendrán serán tus más delicadas historias, el fruto de tus más nobles sueños y tus más esmerados cuidados.
Así que con todo mi corazón bendigo tu pasado. El pasado que me permite contemplar tu presente.
Y te bendigo a ti. Bendigo lo que haces por otras personas. Bendigo lo que haces por mí. Gracias por tus tendencias obsesivas que, bien enfocadas, te han permitido terminar una preparación que ahora sirve tan estupendamente a lo que no pensabas cuando la atravesaste.
Bendigo la savia que corre en tu interior y que se expresa en forma de amor, de trabajo, de emociones, de servicio, de compañía silente y de amena conversación. Bendigo los desvelos con los que mantienes con vida a otros seres humanos, y el espíritu invisible que, atento, recibe mi palabra cuando tu cartílago y tu piel visibles acogen en su interior la vibración que les dedico. Bendigo el amor con el que cuidas a los demás como a ti misma o, a veces, incluso más que a ti misma.
Bendigo tus rasgos perfeccionistas que te han permitido cincelar estatuas y monumentos que sirven de inspiración. Agradezco el ejemplo y las exhortaciones que me impulsan a crecer. La constante compañía, con la que siempre se puede contar, aunque no siempre haga gala de presencia, ni presuma de ser indispensable. Sí lo noto. Y otros también. Te lo aseguro. Pero gracias, más que nada, por la nobleza de corazón que sostiene tu vida, visible tras la fuerte estructura que desarrollaste para dar su lugar a las cosas que son importantes y sostener el espacio de crecimiento en quienes te rodean.
Bendigo tu forma de enseñar sin enseñar. La forma en que con simplicidad, y hasta con humor, nos compartes tus errores para que podamos evitarlos y nos entregas con simplicidad tus más exquisitas enseñanzas, con la esperanza de que lo sepa escuchar nuestro joven corazón, encandilado con el resplandor de la vitalidad. El humor sencillo, bondadoso, con que has borrado todo deseo de brillo, para poder acompañar a todos con tu opacidad, sin que nadie lo note. Sin ti no seríamos los mismos. ¡Qué formidable manera de expresar el amor!
Bendigo tu forma seca y tajante de decir las cosas, pues encontraste una manera de no llorar tus penas y de no lanzar su peso sobre las espaldas de tus seres queridos. Porque oculta una historia triste a quien sólo conoce felices, y sin palabra de queja (o con pocas) aceptas el ser mal comprendido.
A quien guardó un secreto sin saber lo que le costaría. A quien tomó veneno para que otro no lo bebiera. A quien esconde en su pecho un secreto que tronaría y destruiría aunque se marchite su corazón. Gracias por la nobleza. Pero también les recuerdo que no es necesario sufrir más. No es necesario que te destruyas. Agradezco el amor, entendido o no, que propició tu acto. Y te bendigo con el conocimiento de que puedes transformarlo en gozo. Con la libertad de hacerlo. Y con la sabiduría de que la expiación te espera si decides tomarla. No blasfemo. Sólo te recuerdo que Dios es Dios del Amor y que más lo honramos cuanto más amor y perdón esparcimos. Y si algunos se asustan porque otros perdonan en nombre de Dios, ¿con qué derecho condenan ellos en Su nombre? Si creemos que Es bueno, más nos vale usar Su nombre sólo para lo bueno. Y si el Maestro del Amor lo hizo y nos alentó a imitarlo, haremos bien en seguir fielmente su consejo.
Así que te bendigo a ti, bendigo tu pasado, tu presente y tu futuro. Bendigo a los tuyos, y a los suyos. Al espacio en que habitas y al tiempo en que habitas. Al aire que te alimenta, a la comida que te sostiene y las impresiones que te vitalizan. Al vacío que cede su lugar para que existas en el mundo visible. Bendigo tu corazón, tu mente y tu cuerpo. Te bendigo a ti, que vas más allá de todo eso. Bendigo el bello espacio que eres, y en quien Dios ha decidido guardar una partícula de Sí. Bendigo el más amplio espacio en el que confluimos todos para gozar de Su totalidad cuando nos permitimos recordar nuestra hermandad.
Que disfrutes de ésta Tierra. Que recuerdes el Cielo y te dirijas a Él. Que tus palabras, pensamientos y actos te lleven a la Esfera más elevada. Que tu mente sea siempre tu amiga y tu cuerpo un elegante palacio. Que tu pensamiento sea puro, palabra recta y tus acciones virtuosas fructíferas. Que tu existencia sea segura y tu voluntad libre. Que goces del más acá y del más allá, sin hacerte daño. Que llegues al más completo desarrollo y te compartas con plenitud. Que seas siempre amada y siempre amorosa. Bienvenida y bendecida, siempre.
Qué bueno que estás aquí.
Qué bueno que naciste.
Qué bueno que llegaste.

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