Y allí estaban, sentadas, hablando sin palabras.
NO ES QUE UNO NO CREA EN LAS INFINITAS POSIBILIDADES…
No es que uno no crea en las infinitas posibilidades del hombre; en lo que cuesta creer a causa y por culpa del comportamiento del hombre, es en su disposición para aplicar esas posibilidades en su propio y verdadero beneficio. Porque cuando el hombre se beneficia a sí mismo auténticamente, con la obtención de la sabiduría, con la comprensión del dolor, con la renovación de la esperanza, con el ejercicio de la nobleza, favorece casi sin advertirlo a los demás por la fuerza de su ejemplo y por el contagio de su valor.
Ocurre, sin embargo, que el hombre, sobre todo los más vivos –y así como el ingenio es apenas una chispa de inteligencia, la llamada viveza es una aberración del ingenio-, el hombre, no se da cuenta de lo que le conviene.
Hay un libro de Gabriel Marcel, el existencialista francés, “Les hommes contre l´humain” (“Los hombres contra lo humano”) en el que al referirse el autor a la crisis de valores del mundo actual, se detiene en el análisis de las ilusiones que en vez de anticiparle al hombre su verdadera dicha, lo confunden y le lanzan por caminos que en principio parecerían anchos y luminosos pero que, a poco de andárseles, terminan en un muro, el precipicio o la encrucijada. El hombre es capaz de empezar a hacer cualquier cosa, pero hasta ahora no ha sido capaz de terminar ninguna de las osas que empezó. Las deja a medio hacer. Diríase que no tiene paciencia para completar su obra. Diríase que la constancia le aburre y que el empeño le decepciona.
El hombre descubrió en su pecho la caridad y antes de hacer de ella una obra maestra consideró que era más fácil sustituirla con la propina. Sintió nacer en su alma la aspiración, pero en seguida la dejó degenerar en codicia. Inventó el automóvil y ahora no sabe cómo descongestionar el tráfico. Una vez le oímos decir a Eugenio Dors que no hay que pensar en forma de círculo, sino en forma de escalera. No hay que cerrarse, sino continuar para arriba lo que se empezó a flor de tierra.
El hombre está preparándose con ayuda de tremendas naves, para conquistar otros mundos. Y éste, todavía le es ajeno. Y el hombre a sí mismo se es ajeno. Y pese a la gracia insuperable de su condición humana, seguirá siendo un desconocido para sí mismo y no el dueño, sino el inquilino moroso del mundo, mientras no se avance en la artesanía de sus valores y mientras no se compenetre del sentido edificante del sacrificio, del significado cabal de la nobleza y de su inalienable derecho a la libertad.
Wimpi
Ocurre, sin embargo, que el hombre, sobre todo los más vivos –y así como el ingenio es apenas una chispa de inteligencia, la llamada viveza es una aberración del ingenio-, el hombre, no se da cuenta de lo que le conviene.
Hay un libro de Gabriel Marcel, el existencialista francés, “Les hommes contre l´humain” (“Los hombres contra lo humano”) en el que al referirse el autor a la crisis de valores del mundo actual, se detiene en el análisis de las ilusiones que en vez de anticiparle al hombre su verdadera dicha, lo confunden y le lanzan por caminos que en principio parecerían anchos y luminosos pero que, a poco de andárseles, terminan en un muro, el precipicio o la encrucijada. El hombre es capaz de empezar a hacer cualquier cosa, pero hasta ahora no ha sido capaz de terminar ninguna de las osas que empezó. Las deja a medio hacer. Diríase que no tiene paciencia para completar su obra. Diríase que la constancia le aburre y que el empeño le decepciona.
El hombre descubrió en su pecho la caridad y antes de hacer de ella una obra maestra consideró que era más fácil sustituirla con la propina. Sintió nacer en su alma la aspiración, pero en seguida la dejó degenerar en codicia. Inventó el automóvil y ahora no sabe cómo descongestionar el tráfico. Una vez le oímos decir a Eugenio Dors que no hay que pensar en forma de círculo, sino en forma de escalera. No hay que cerrarse, sino continuar para arriba lo que se empezó a flor de tierra.
El hombre está preparándose con ayuda de tremendas naves, para conquistar otros mundos. Y éste, todavía le es ajeno. Y el hombre a sí mismo se es ajeno. Y pese a la gracia insuperable de su condición humana, seguirá siendo un desconocido para sí mismo y no el dueño, sino el inquilino moroso del mundo, mientras no se avance en la artesanía de sus valores y mientras no se compenetre del sentido edificante del sacrificio, del significado cabal de la nobleza y de su inalienable derecho a la libertad.
Wimpi
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