domingo, 23 de julio de 2017

No te dejes arrastrar por cualquier viento por ElizaCavazos


No te dejes arrastrar por cualquier viento.
Yo soy una reaccionaria.
Ese pensamiento  me hacía mella profundamente  en la conciencia  un día que estaba sentada en mi oficina.  Había  escuchado  a la gente hablar sobre lo que es reaccionar,  pero hasta ese momento  no había entendido  qué tanto había reaccionado  yo.   Había  reaccionado  a los sentimientos,  conductas,  problemas  y pensamientos  de otras personas.  Había reaccionado  a mis propios sentimientos,  mis propios pensamientos, mis propios problemas.  Mi punto fuerte parecía ser el de reaccionar a las crisis, pensaba que casi todo era una crisis. Reaccionaba en exceso.  Dentro de mí se cocinaba un pánico oculto (que rayaba en la histeria) la mayor parte del tiempo. A veces reaccionaba escasamente. Si el problema que enfrentaba era significativo, a menudo usaba  el arma  de  la negación.  Reaccionaba  a casi  todo  lo que  entraba  en  mi  conciencia  y en  mi  medio ambiente.  Mi  vida  entera  había  sido  una  reacción  a  las  vidas,  deseos,  problemas,  fracasos,  éxitos  y personalidades  de  otras  personas.  Hasta  mi  baja  autoestima,  en  la  cual  hurgaba  como  en  una  bolsa  de pestilente  basura,  había sido una reacción.  Era como una marioneta  con las cuerdas  colgando,  invitando  y permitiendo que las jalara cualquier persona o cosa.
La mayoría de los codependientes  son reaccionarios. Reaccionamos  con ira, culpa, vergüenza, odio a nosotros mismos, preocupación, sentimientos heridos, gestos controladores, acciones solícitas, depresión, desesperación y furia. Reaccionamos con miedo y ansiedad. Algunos de nosotros reaccionamos tanto que nos resulta doloroso estar cerca de la gente, y torturante encontrarnos dentro de un grupo grande de personas. Es normal  reaccionar  y  responder  a  nuestro  medio  ambiente.  Reaccionar  es  parte  de  la  vida.  Es  parte  de interactuar,  es parte de ser humano y de estar vivo. Pero nos permitimos  irritamos tanto y distraernos  tanto. Pequeñeces, cosas mayores —lo que sea— tienen el poder de descarrilarnos. Y nuestra respuesta después de que reaccionamos a menudo no es la que más nos conviene.
Podemos haber empezado a reaccionar y a responder urgente y compulsivamente  con patrones que nos lastiman. El solo hecho de sentir urgencia y compulsión es suficiente para herirnos. Nos mantenemos  en un estado de crisis, fluyendo la adrenalina y tensos los músculos, listos para reaccionar ante emergencias que generalmente no son tales. Alguien hace algo, de modo que nosotros debemos hacer algo a la vez. Alguien se siente de determinada manera de modo que nosotros debemos sentirnos de otra determinada manera. BRINCAMOS    DENTRO    DEL    PRIMER    SENTIMIENTO    QUE    NOS    ATRAVIESA    Y    LUEGO  NOS   EMPANTANAMOS   EN  ÉL.  Pensamos  en  el  primer  pensamiento  que  cruza  por  nuestra  cabeza  y  luego elucubramos sobre él. Decimos lo primero que nos viene a la lengua y a veces nos arrepentimos. Hacemos lo primero que nos viene a la mente, generalmente  sin pensarlo. Ese es el problema: reaccionamos  sin pensar, sin haber pensado honestamente  lo que necesitamos  hacer y cómo queremos manejar la situación. Nuestras emociones  y  conductas  controladas   —disparadas—   por  cualquier  persona  o  cosa  en  nuestro  entorno. Indirectamente  estamos permitiendo que los demás nos digan qué hacer. Eso significa que hemos perdido el control. Estamos siendo controlados.
Cuando reaccionamos abdicamos a nuestro poder personal, dado por Dios, para pensar, sentir y actuar de acuerdo con nuestro mejor interés. Permitimos que otros determinen cuándo nos sentiremos felices; cuándo nos sentiremos  en paz; cuándo nos sentiremos  irritados;  y qué es lo que diremos,  haremos,  pensaremos  y sentiremos.  Abdicamos a nuestro derecho de sentirnos en paz al capricho de nuestro medio ambiente. Somos como una pizca de papel a merced de la tormenta, dejándonos arrastrar por cualquier viento.
He aquí un ejemplo de la manera en que suelo reaccionar  (una entre tantas): mi oficina está en mi casa,  y tengo  dos  hijos  pequeños.  A veces,  cuando  estoy  trabajando,  comienzan  a alocarse  en  las  otras habitaciones:  pelean, corren, revuelven toda la casa, comen y beben todo lo que encuentran en la cocina. Mi primera  reacción  instintiva  es  gritarles:  “¡Párenle!”;  la segunda  es  gritarles  más.  Me  viene  de  una  manera natural. Reaccionar  de esa forma parece más fácil que abandonar  mi oficina, ir hasta el cuarto de lavado y luego dirigirme al piso de arriba. También me parece más fácil que pensar cómo manejar la situación. Lo cierto es que bramar y gritar no sirven de nada. En realidad no representan la salida más fácil. Me irrita la garganta y enseña a mis hijos cómo hacer para que yo me siente en mi oficina y dé alaridos.
Reaccionar  casi  nunca  funciona.  Reaccionamos   demasiado  aprisa,  con  demasiada  intensidad  y urgencia. Rara vez podemos hacer lo más adecuado cuando nos encontramos en ese estado mental, Resulta irónico que no se nos requiera para hacer las cosas en este estado mental. Poco hay en nuestras vidas que no podamos hacer mejor si permanecemos apacibles. Pocas situaciones —no importa qué tanto parezcan demandarlo— pueden mejorarse si perdemos los estribos.
Entonces, ¿por qué lo hacemos?
Reaccionamos  porque estamos ansiosos y temerosos de lo que está sucediendo,  de lo que podría suceder y de lo que ha sucedido.
Muchos reaccionamos  como si todo fuera una crisis porque hemos vivido tantas crisis durante tanto tiempo que la reacción a la crisis se ha convertido en un hábito.
Reaccionamos porque pensamos que no deberían estar sucediendo las cosas como suceden. Reaccionamos porque no nos sentimos bien con nosotros mismos.
Reaccionamos porque la mayoría de la gente reacciona. Reaccionamos porque pensamos que tenemos que reaccionar. No tenemos que hacerlo.
No debemos tener tanto miedo de la gente. Son gente como nosotros.
No tenemos  que abdicar  a nuestra  paz. No sirve  de nada.  Disponemos  de los mismos  recursos  y hechos cuando estamos en paz que de los que disponemos cuando estamos en un estado frenético y caótico. De hecho  disponemos  de más  recursos  porque  nuestras  mentes  y emociones  están  libres  de actuar  a su mayor potencial.
No debemos abdicar a nuestro poder para pensar y sentir por cuenta de los demás. Tampoco eso se requiere de nosotros.
No  tenemos  que  tomar  las  cosas  tan  a  pecho  (a  nosotros  mismos,  a  los  eventos  y  a  las  otras personas).  Sacamos  las cosas fuera de toda proporción  —  nuestros  sentimientos,  pensamientos,  acciones  y errores—. Hacemos lo mismo con los sentimientos, pensamientos y acciones de otras personas. Nos decimos a nosotros mismos que las cosas son temibles, terribles, una tragedia y el fin del mundo. Muchas cosas pueden ser  tristes,  muy  malas  o  desagradables,  pero  lo  único  que  es  el  fin  del  mundo  es  el  fin  del  mundo.  Los sentimientos  son importantes,  pero son sólo sentimientos.  Los pensamientos  son importantes,  pero son tan sólo pensamientos  y todos pensamos en muchas cosas diferentes, y nuestros pensamientos  están sujetos a cambio. Lo que hacemos y decimos es importante, lo que otros dicen y hacen es importante, pero el mundo no pende de ninguna fraseo acción en particular.  Y si es particularmente  importante  decir o hacer algo, no nos preocupemos: sucederá. Aligérate. Date a ti mismo y a los demás espacio para moverse, para hablar, para ser lo  que  somos: humanos.  Dale  oportunidad  a  la  vida  para  que  las  cosas  se  den  solas.  Date  a  ti  mismo oportunidad para disfrutarlo.                     
No debemos tomar la conducta de otras personas como el reflejo de nuestra autoestima.   No tenemos que sentirnos  avergonzados  si alguien  a quien amamos  se comporta  en forma  impropia.  Cada persona  es responsable  de  su  propia  conducta.  Si  otro  se  comporta  de  manera  inadecuada,  deja  que  él  o  ella  se avergüencen de sí mismos. Si tú no has hecho nada que te haga avergonzarte, no te sientas avergonzado. Sé que esta es una tarea difícil, pero puedes lograrlo.
No tenemos que tomar el rechazo como reflejo de nuestra autoestima. Si alguien importante para ti (o aun alguien que no lo sea) te rechaza a ti o a lo que has elegido, tú sigues siendo real, sigues teniendo el mismo  valor  que  si  no  hubieras  sido  rechazado.  Asume  cualquier  sentimiento  que  pueda  acompañar  al rechazo;  habla  acerca  de  tus  pensamientos  no  des  en  prenda  tu  autoestima  sólo  porque  otro  rechazó  o desaprobó lo que tú eres o lo que has hecho. Aun si la persona más importante para ti te rechaza, tú sigues siendo real, y sigues estando bien. Si has hecho algo impropio o necesitas solucionar un problema o cambiar una conducta, sigue los pasos adecuados para ocuparte de ti mismo. Pero no te rechaces, y no le des tanto poder al rechazo de los demás. No es necesario.
No tenemos que tomar las cosas de manera tan personal.   Tomarnos a pecho cosas que no valen la pena de tomarse tan a pecho.   Por ejemplo, decirle a un alcohólico: “si me amaras no beberías", tiene tanto sentido como decirle a alguien que tiene pulmonía: ‘‘si me amaras no toserías". Las víctimas de la pulmonía toserán  hasta  que  tengan  tratamiento  adecuado  para  su enfermedad.    Los  alcohólicos  beberán  hasta  que consigan  lo mismo.  Cuando  la gente  que tiene un trastorno  compulsivo  hace cualquier  cosa que se sienta obligada a hacer, no quieren decir que no te aman, lo que están diciendo es que no se aman a sí mismas.
Tampoco tenemos que tomarnos de una manera personal las pequeñeces. Si alguien ha tenido un mal día o está enojado, no asumas por ello que tiene algo que ver contigo. Puede tener algo que ver contigo o no. Si  así  es,  lo  descubrirás.  Generalmente  las  cosas  tienen  mucho  menos  que  ver  con  nosotros  de  lo  que pensarnos.
Una  interrupción,  el  mal  humor  de  otro,  una  lengua  aguda,  un  mal  día  pensamientos  negativos, problemas  o el alcoholismo  activo no tienen por qué manejar o arruinar nuestro día, ni siquiera una hora de nuestro día. Si la gente no quiere estar con nosotros o actuar de una manera saludable, esto no es reflejo de nuestra autoestima.  Refleja, en cambio sus propias circunstancias actuales.  Al practicar el desapego podemos disminuir  nuestras  reacciones  destructivas  hacia  el mundo  que nos rodea.  Sepárate  de las cosas.  Déjalas estar, y deja que la gente sea como es. ¿Quién eres tú para decir que la interrupción, el estado de ánimo, las palabras, el mal día, el pensamiento o el problema no son una parte importante y necesaria de la vida? ¿Quién eres tú para decir si este problema no será en último término benéfico para ti o para alguien más?
No  tenemos  que  reaccionar.   Tenemos   opciones.   Esta  es  la  alegría  de  la  recuperación   de  la codependencia. Y cada vez que ejercitamos nuestro derecho para elegir cómo queremos actuar, pensar, sentir y comportarnos, nos sentimos mejores y más fuertes.
“Pero”, podrán ustedes protestar, “¿por qué no debo reaccionar?  ¿Por qué no debo replicar? ¿Por qué no debo irritarme?  Él o ella se merecen cargar con el peso de mi torbellino”.  Podría ser, pero  no debes hacerlo.   Estamos  hablando  aquí de tu falta de paz, de serenidad,  de tus momentos  desperdiciados.  Como solía decir Ralph Edwards, “Esta es tu vida”.  ¿Cómo quieres usarla? No te estás desapegando por ella o por él. Te estás desapegando por ti mismo. Las probabilidades indican el beneficio de todos.
Somos como cantores de un gran coro. Si el que está junto a nosotros desentona, ¿debemos hacerlo nosotros también? ¿No le ayudaría más a él, y a nosotros, tratar de seguir entonado?  Podemos  aprender a cumplir con nuestra parte.
No  necesitamos   eliminar  todas  nuestras  reacciones  hacia  la  gente  y  hacia  los  problemas.  Las reacciones pueden ser útiles. Pueden ayudarnos a identificar lo que nos gusta y lo que nos hace sentirnos bien. Nos ayudan a identificar los problemas dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Pero la mayoría de nosotros reaccionamos  demasiado.  Y  gran  parte  de  las  cosas  a las  que  reaccionamos  son  tonterías.    No  son  tan importantes,  y  no  ameritan  el  tiempo  ni  la  atención  que  les  damos.  Algunas  de  nuestras  reacciones  son respuestas a las reacciones que los demás tienen frente a nosotros. (Estoy furiosa porque él se puso furioso; él se puso furioso porque yo estaba enojada; yo estaba enojada porque pensé que él estaba enojado conmigo; pero no estaba enojado sino herido porque...)
Nuestras  reacciones  pueden  ser  el  eslabón  de  una  cadena  de  reacciones  tal  que  a  menudo  los involucrados  están irritados y nadie sabe por qué. Simplemente  están irritados. Luego, todos están fuera de control y a la vez son controlados. A veces la gente se comporta de cierta manera para provocar que nosotros reaccionemos de otra. Si dejamos de reaccionar de esta cierta manera, la privamos de lo divertido que esto le resulta. Quedamos fuera de su control y le quitamos el poder que tiene sobre nosotros.
A  veces   nuestras   reacciones   provocan   que  los  demás   reaccionen   de  cierto   modo.   (Pero   no necesitamos  seguir haciéndolo,  ¿o sí?) A veces el reaccionar  estrecha  nuestra  visión en tal forma que nos quedamos varados reaccionando a los síntomas o a los problemas. Podemos estar tan ocupados reaccionando que  no tenemos  tiempo  ni energía  para  identificar  el problema  real,  y mucho  menos  para  descubrir  cómo solucionarlo.      Podemos  pasar  años  reaccionando  ante  cada  incidente  provocado  por la bebida  y la crisis resultante,  ¡fallando  completamente  en reconocer  que el verdadero  problema  es el alcoholismo!  Aprende  a dejar de reaccionar  de maneras  que no son necesarias  y que no funcionan.   Elimina las reacciones  que te lastiman.
Siguen algunas sugerencias  para ayudarte a desapegarte  de la gente y de tus reacciones  negativas hacia ella. Estas son sólo sugerencias.  No existe una fórmula específica  para lograr el desapego.  Necesitas encontrar tu propia manera, una que te funcione a ti.
Aprende a reconocer cuando estás reaccionando, cuándo estás permitiendo que alguien o algo tire de tus cuerdas. Generalmente cuando empiezas a sentirte ansioso, temeroso, indignado, rechazado, avergonzado, preocupado, confundido o a padecer autoconmiseración,  hay algo en tu medio ambiente que  te respecto.)  Emplear  las palabras ha  hecho  nudos.  (No  afirmo  que  esté  mal  experimentar  estos  sentimientos.  Probablemente cualquiera  se  sentiría  así.  La  diferencia  estriba  en  que  estamos  aprendiendo  a  decidir  por  cuánto tiempo deseamos  seguir sintiéndonos  así, y qué queremos  hacer al “ella,  o  él  o  eso  me  hicieron  sentir”  a  menudo  indica  que  estamos  reaccionando.  Perder  nuestra sensación de paz y serenidad probablemente es el indicador más poderoso de que estamos atrapados en algún tipo de reacción.
Ponte cómodo.  Cuando  reconoces  que estás en medio de una reacción  caótica,  di o haz lo menos posible hasta que puedas restaurar tu nivel de serenidad y de paz. Haz cualquier cosa que necesites hacer (que no sea destructivo para ti ni para nadie más) que ayude a relajarte.    Inhala profundamente unas cuantas  veces. Sal a caminar.  Limpia la cocina.  Siéntate  en el baño. Ve a casa de un amigo. Acude  a una junta de Al-Anón.  Lee un libro de meditación.    Vete a la playa.  Mira un programa  de televisión.  Encuentra  una manera  de separarte  emocional,  mental (y si es necesario)  físicamente  de aquello a lo que estás reaccionando. Busca una forma de librarte de la ansiedad. No tomes un trago ni manejes  por la calle a 100 kilómetros  por hora. Haz algo que no sea arriesgado  y que te ayude  a restaurar tu equilibrio.
Analiza lo que ha sucedido. Si se trata de un incidente menor, serás capaz de sobreponerte tú solo. Si el problema es serio, o si te perturba seriamente, tal vez quieras discutirlo con un buen amigo que te ayude  a aclarar  tus  pensamientos  y emociones.  Las  dificultades  y los  sentimientos  crecen  cuando tratamos de apresarlos en nuestro interior. Habla acerca de tus sentimientos. Asume la responsabilidad de ellos. Siente verdaderamente  lo que estés sintiendo. Nadie te hizo sentir así. Alguien pudo haberte ayudado a que te sintieras de determinada manera, pero el sentimiento lo sentiste tú. Manéjalo. Luego, esclarece  tú mismo la verdad sobre lo que sucedió. 27! ¿Estabas  alguien tratando de molestarte?  (Si hay duda al interpretar algo como un insulto o rechazo, prefiero creer que eso no tuvo nada que ver conmigo.  Me  ahorra  tiempo  y  me  ayuda  a  sentirme  bien  conmigo  misma.)  ¿Estabas  tratando  de controlar  a alguien o algún evento?  ¿Qué tan serio es el problema  o el asunto?  ¿Estás tomando  la responsabilidad  de otro? ¿Estás enojado porque alguien no adivinó lo que en realidad querías o lo que en verdad querías decir? ¿Estás tomando la conducta de otro de un modo demasiado personal?
¿Alguien  oprimió  tus  botones  de  culpa  o  de  inseguridad?  ¿Es  en  verdad  el  fin  del  mundo,  o  es meramente algo triste y decepcionante?
Descubre qué necesitas hacer para cuidar de ti mismo. Toma tus decisiones basándote en la realidad y tómalas en un estado de ánimo apacible. ¿Necesitas pedir disculpas? ¿Quieres olvidarte del asunto?
¿Necesitas hablar con alguien de corazón a corazón? ¿Necesitas tomar otra decisión para cuidar de ti mismo? Cuando tomes tu decisión ten en mente cuáles son tus responsabilidades. No tienes la responsabilidad  de que los otros “vean la luz” y no necesitas “enderezarlos”.  Tienes la responsabilidad de ayudarte  a ti mismo a ver la luz y de enderezarte.  Si no te sientes  en paz con alguna  decisión, olvídala.  No  es  tiempo  para  tomarla  todavía.  Espera  hasta  que  tu  mente  esté  consistente  y  tus emociones estén tranquilas.
Cálmate. No necesitas sentirte tan asustado. No necesitas sentirte tan frenético. Mantén las cosas en perspectiva.  ¡Hazte la vida más fácil!
Actividad
1)  ¿Gastas demasiado tiempo reaccionando ante alguien o ante algo en tu entorno? ¿Quién o qué? ¿Cómo estás reaccionando? ¿Es así como te gustaría comportarte o sentirte si tuvieras la posibilidad de elegir?
2)  Revisa los pasos previos del desapego y aplícalos a cualquier cosa o persona que te esté molestando más. Si necesitas hablar con alguien escoge un amigo de confianza. Si es necesario busca ayuda profesional.
3)  ¿Qué actividades te ayudan a sentirte cómodo y en paz? (Una junta de Doce Pasos, un regaderazo de agua bien caliente, una buena película y bailar son mis opciones favoritas.)
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TOMADO DEL LIBRO YA NO SEAS CODEPENDIENTE de Melody Beattie

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