sábado, 18 de abril de 2015

El placer como categoría suprema



El placer como categoría suprema

Una de las conductas que revelan la ausencia del sentido de la vida, es la que le atribuye al placer sensible el rango de principio y categoría suprema, y se traduce en la búsqueda desaforada de aquellos objetos que lo producen, como las drogas, el sexo, el alcohol, los juegos de azar, etc. o también en el afán desmesurado de poseer imperativamente los múltiples productos y artefactos que se ofrecen en el mercado. 

Alejandro Llano, dirá al respecto que “la tendencia del disfrute inmediato de gratificaciones sensibles es culturalmente letal.

 Adormece la capacidad de proyecto, fomenta el conformismo y domestica la disidencia. Se mueve en una espiral descendente, que sume a las personas en el vértice del hedonismo”
“La búsqueda del placer, (el principio del placer),
comenta Frankl, aparece cuando se frustra la voluntad
de sentido” 

Este principio hedonista del placer, que Frankl critica con su habitual agudeza, es precisamente el principio en el que Freud, fundado en las subjetivas instancias desiderativas del individuo, sustentará su tambaleante estatuto cognoscitivo.

 Un principio del placer, que se ha acelerado en la equívoca denominación de la “sociedad del consumismo”, y que actuando como anestesiador del espíritu, fomenta diversas formas de inmadurez psíquica que incapacitan para descubrir el auténtico sentido de la existencia humana:
“La pregunta por el sentido de la vida es expresión
de madurez mental. En la sociedad de
consumo y abundancia sólo hay una necesidad
que no encuentra satisfacción y esa es la necesidad
de sentido, su voluntad de sentido” 

Y es que la abundancia de ofertas y el innumerable elenco de instrumentos técnicos cada vez más sofisticados que nos brinda el supuesto “estado del bienestar”, aunque es evidente que satisface necesidades básicas en distintos órdenes de la vida, hay que afirmar al margen de lo políticamente correcto, que no responde a las exigencias más hondas e íntimas de la persona si se toman y se absolutizan como fines en sí mismos.

 Pues el simple tener y acumular bienes materiales, no perfecciona de por sí a los sujetos si no contribuyen a la perfección y enriquecimiento de su ser.

 Es lo que ya en los años treinta, Gabriel Marcel expresó en su conocida formulación de que el sentido y el valor de la persona “no está en lo que tiene, sino en lo que es”, es decir, no se trata solamente de “tener más” sino de “ser más”, proposición que de algún modo se podría identificar con la frase de Frankl:
“Las personas tienen los medios para vivir, pero carecen
de sentido por el qué vivir”

Como palpablemente se puede comprobar, este cumulo de prestaciones que hacen más fácil y cómoda la existencia y mejoran la salud colectiva, no son de por sí una fuente de alegría y de acicate intelectual, si no que más bien desembocan, como Frankl sabe poner de relieve, en la insatisfacción afectiva, y en la pérdida de sensibilidad para el agradecimiento (especialmente en los jóvenes), si no se les confiere un sentido de orden superior:
“Los pacientes en su mayoría están sanos, pero no están
satisfechos de serlo, poseen abundantes bienes sin estar
agradecidos” 

Poner como exclusivo objetivo la mera satisfacción de las necesidades biológicas (como pretende el psicoanálisis) simplemente para restablecer el reequilibrio homeostático o psicológico, conlleva mutilar la integridad de nuestro ser y cegar la mirada ante el horizonte de los valores:
“El ser humano no agota su realidad en la satisfacción
de los instintos o las necesidades con miras a
mantener o restablecer su equilibrio psíquico, sino
que busca originariamente, cumplimiento de un sentido
y la realización de unos valores”.

 “La persona no está
determinada por sus instintos sino orientada
hacia el sentido” 
 de la web..

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