PRESERVAR: “Proteger, resguardar anticipadamente a una persona, animal o cosa, de algún daño o peligro”.
(Diccionario de la Real Academia Española)
SALVAR: “Amparar, favorecer, defender”. “Resguardar a una persona, animal o cosa de un perjuicio o peligro, poniéndole algo encima, rodeándole, etc.”
(Diccionario de la Real Academia Española)
No nos han preparado para vivir la vida.
Es imprescindible partir de la comprensión profunda, innegable, de este principio, de esta certeza tan rotunda, porque eso nos des-responsabiliza de las decisiones que hemos tomado y de las situaciones de nuestra vida que después se ha demostrado que no fueron acertadas.
Nos des-responsabiliza de las anteriores –de las que ya han pasado-, pero no de las que sucedan a partir de ahora que ya somos conscientes de nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, y que sabemos que tenemos la obligación de prepararnos, por nuestra cuenta, para hacerlo bien.
De todas las “equivocaciones” y “errores” de nuestro pasado nos culpamos a nosotros mismos, y de un modo automático –no consciente- también nos castigamos, o nos enemistamos contra nosotros mismos, o nos menospreciamos a la vista de tanto hacerlo mal, y casi llegamos a renegar de nosotros.
En mi opinión actual –cuando escribo esto-, uno jamás ha de llegar a esos estados, sino, más bien al contrario, lo que sería conveniente hacer es aceptarse en la candidez y la inculpabilidad de la inexperiencia y el desconocimiento.
Repito: No nos han preparado para vivir la vida. Y vivir no es sencillo. Lo que es sencillo es respirar, pero a eso no me refiero cuando digo vivir.
Vivir es manejarse en la vida, enfrentarse a las pruebas y situaciones nuevas que nos propone –o nos impone- continuamente, tener que resolver lo que no sabemos cómo tenemos que resolver, encontrarnos con preguntas cuya respuesta desconocemos, relacionarnos con otros Seres Humanos con más voluntad que conocimiento, hacer uso de la intuición sin estar entrenados y tirar para adelante de todos modos, de cualquier modo, a pesar de, como sea, pero seguir porque la vida no se para, ni siquiera cuando no estamos seguros de hacia dónde queremos ir, o cuando no sabemos nada de nada, ni cuando no queremos enfrentarnos a lo que no nos queremos enfrentar.
Vivir es tomar mil decisiones al día, aunque no nos demos cuenta de muchas de ellas, aunque no seamos nosotros quienes las tomemos sino que sean ellas solas, en algunos casos por nuestra dejadez u omisión, o porque nuestro miedo nos paralice.
Y cuando descubrimos que no fue acertada la decisión, o la inacción, nos reprochamos y nos exigimos como si fuésemos expertos, como si estuviéramos preparados –como estamos preparados para leer-, y lo cierto es que no lo estamos: nos hemos acostumbrado a sobrevivir más que a vivir.
Pero cuando se produce un descontento a causa del resultado de algo de lo que hemos hecho o de lo que no hemos hecho, nos acusamos, nos juzgamos, nos criticamos, nos reprochamos, nos agredimos emocionalmente, nos despreciamos, nos deshonramos, nos ofendemos, nos descalificamos, nos calumniamos, nos acusamos… y justo en el peor momento, en el momento que más necesitamos de nuestra comprensión más generosa, de nuestra protección maternal, de nuestro cuidado exquisito, de nuestro amor más intenso, de nuestra adhesión incondicional, de nuestra defensa a ultranza, de nuestro apoyo sin restricciones…
Es en esos casos que parece que se quieren volver contra nosotros cuando más nos necesitamos, cuando tenemos el deber moral y obligatorio de preservarnos sacándonos del banquillo de los acusados, y eso no es cobardía sino amor propio.
Ahí es donde se demuestra el respeto, la dignidad, la compasión, la comprensión. Uno se siente mal por dentro y no es necesario regodearse en el dolor, ni es obligatorio avivar el sentimiento punzante, ni es bueno quedarse en lo más profundo y, además, con nuestro propio pie aplastándonos.
Preservarse de las cosas, situaciones, y personas que nos desequilibran es amor, es respeto, es cuidado.
Salvarse de que afecten los juicios propios y ajenos es adecuado, es digno, es noble, es reconfortante.
Evitar los conflictos desestabilizantes que minan la Autoestima y la relación con uno Mismo, mientras que no aportan nada positivo, es loable, admirable, tierno, afectuoso, y hasta caritativo.
No permitirse caer o decaer es bueno, es honrado, es justo, es notable, es eficaz, es estabilizante, es una inyección de moral y agradecido por la Autoestima.
Hay una frase que a mí me ha ayudado mucho a reconocerme y preservarme: “PROMETO NO ABANDONARME NUNCA MÁS”.
Ya he contado alguna vez que cuando se me ocurrió, cuando me di cuenta de ella y me di cuenta de su carga de fuerza, la escribí en muchos folios que fui diseminando por toda la casa para verla a cada momento, hasta que la integré en mí y la memoricé en el alma.
No te abandones.
Presérvate.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales, de la web www.buscandom
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