Lo que hay de notable, casi incomprensible, en las palabras de Einstein, es el hecho de que afirma categóricamente que cualquier ley cósmica puede ser descubierta por “puro raciocinio”, como llama él a la intuición cósmica; hace una llamada al principio deductivo de “a priori”, que trasciende el análisis inductivo de “a posteriori”.
Afirmó que la intensa concentración mental, focalizada en el UNO del Universo, esto es, en la Causa o la Fuente, nos puede revelar todo el mundo del Verbo, de los Efectos o las Causas; que el último estadio del proceso cognoscitivo va desde el Uno al Verbo y no al contrario. El hombre de focalizar la Causa (el Uno) y desde ahí partir hacia los Efectos (el Verbo).
Llega entonces la pregunta: ¿Cómo alcanzar la causa a no ser por los efectos?
Einstein niega que haya un camino que lleve desde los efectos a la causa, o de los hechos a los valores. Afirma que el mundo del Uno, de la Causa, del Valor, de la Realidad, es revelado al hombre cuando está en condiciones de recibir esa revelación; el hombre no puede causar esta revelación de la Realidad, pero puede y debe condicionarla. “Pienso 99 veces y nada descubro; dejo de pensar y me hundo en el silencio, entonces la verdad me es revelada”.
Dice el Bhagavad Gita, la misma verdad: “Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece”.
En lenguaje actual podríamos decir: “Cuando el ego está en condiciones propicias, el Yo se revela, o sea, cuando el canal está abierto, las aguas de la fuente fluyen por su interior”.
En lenguaje teologal diríamos: “Cuando el hombre tiene fe, Dios le da la gracia”.
Y dice Jesús: Las obras que yo hago no soy yo quien las hace, sino el Padre que está en mí; de mí mismo nada puedo hacer”.
Vemos en todos estos casos que la Causa funciona cuando las condiciones lo permiten.
El principio fundamental de las Matemáticas de Einstein es el mismo: establecer condiciones favorables para que la Causa pueda funcionar. Las condiciones son de los hombres, pero la Causa es del cosmos.
Este es el principio básico de la verdadera Metafísica y Mística: la seguridad de que ellas dan de la Realidad, no les viene del mundo manifestado, concreto, de los hechos, dominados por el tiempo y el espacio, sino que vienen del mundo de la Real. Y como ningún acto puede dar certeza, ningún hecho puede destruir la certidumbre que el místico tiene de la Realidad.
Certeza, firmeza, seguridad, tranquilidad, consciencia de la Realidad, serenidad, felicidad, todo esto brota de la Fuente de la propia Realidad y no puede nacer ni morir por la materialidad.
Matemática, metafísica, mística y ciencia, en los más altos niveles de la intuición están convergiendo hacia un mismo punto; o mejor, están recibiendo de la misma Fuente para llenar sus canales, Basta entrar en contacto directo, inmediato, consciente con la plenitud de la Fuente, el Uno del Universo, y todas las desarmonías de los canales, del Verbo, serán sanados por el impacto de ese Uno.
Mientras la más pura Matemática no sea el principio dominante de la Metafísica, la Mística y la Ciencia, no puede haber mejora sustancial en el seno de la humanidad.
“Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.
Einsten apareció en el cielo del siglo XX como un cometa y sus teorías rasgaron el firmamento como un meteoro impactando sobre el planeta. Fue un hombre más próximo a los antiguos magos, alquimistas y taumaturgos, debido a su pensamiento intuitivo y no meramente analítico.
En una carta escrita a un amigo en 1.954, un año antes de su muerte, publicada por la revista americana Time, el 26 de Enero de 1.969, afirma que no recordaba haber tenido experiencias de tipo analítico para descubrir la ley de la relatividad, sino que ella le vino por intuición.
Dice textualmente: “No existe ningún camino lógico para el descubrimiento de esas leyes elementales; el único camino es el de la intuición”.
Había días en que se cerraba en un habitáculo del último piso de un edificio de siete plantas y daba órdenes a su esposa para que nadie lo llamase, ni aún para comer, recomendando pusiera una bandeja de bocadillos ante la puerta cerrada, Así pasaba días enteros en prisión voluntaria, en mangas de camisa, en total soledad.
En el tiempo que pasó en Princeton, a veces se cerraba en su gabinete de estudios, en su casita de Mercer Street, medio perdida en el bosque, sin recibir visitas.
Diariamente subía por un camino solitario hasta las alturas de un cerro en cuya cima se levantaba el Instituto para Estudios Avanzados, tan absorto que no se daba cuenta si alguien se emparejaba casualmente a su lado.
Tengo la impresión de que el espíritu de Einstein vivía en otros mundos y sólo el cuerpo físico deambulaba por este planeta, manteniendo un ligero contacto con su ambiente físico y social. Dinero y valores materiales eran para él cosas ficticias; éxitos o fracasos, harinas del mismo costal. Un hombre así puede llegar al más alto grado de ética sin ninguna “religión” determinada.
Él no profesaba ninguna especie de religión, aunque fuera profundamente religioso. Para los teólogos debía ser un ateo, porque no admitía un Dios personal; en mi concepto fue un místico, un hombre de altura espiritual que sentía la presencia de un Poder Supremo impersonal, que rige los destinos del universo. Y esta experiencia del Infinito le hacía sentir la fraternidad universal de todas las criaturas.
Ha sido un error creer que había descubierto la teoría de la relatividad después de pacientes investigaciones y análisis durante muchos años. Es cierto que investigó, pero estos análisis por sí solos no pueden ser considerados como la causa intrínseca de sus descubrimientos, sino las condiciones externas de las mismas.
Ahora entremos en terrenos oscuros o en penumbra, que muchos lectores no saben o no sospechan. Por eso hemos de cavar más hondo e intentar alcanzar capas menos conocidas.
Quien no conoce la diferencia entre el ego pensante y el pensador cósmico o cosmo-pensado, no podrá comprender a Einstein ni su obra. Especialmente entre las razas más antiguas del planeta que conocemos, entre los cuales distingo a los hebreos y los hindúes, aparecen rara vez, individuos intensamente conscientes prevaleciendo notablemente sobre la conocida consciencia personal.
La gente habla entonces de hombres inspirados, místicos, magos, profetas, etc.
El hombre de ego pensante, restringido a su pequeño círculo de los sentidos y de la mente, no comprende que la razón puede ensanchar notablemente esa circunferencia, alcanzado áreas mucho mayores de consciencia.
En la antigua África, entre hebreos y no hebreos, aparecen hombre cosmo-conscientes, como el gran Coth, a quien los griegos llamaron Hermes, el tres veces grande; también Moisés, legislador y guía del pueblo de Israel; otros como los grandes neoplatónicos de Alejandría, Filon, Plotino y Orígenes; allí vivieron algunos grandes faraones iniciados y genios como San Agustín y Tertuliano.
En Asia, continente de cultura antigua, aparecen hombres como Buda, Krishna, Vivekananda, Tagore, Gandhi, Lao-Tsé, Zaratustra, Jesús, Pablo de Tarso; todos ellos, unos más y otros menos, trascendieron su pequeño ego de hombres comunes y fueron invadidos por la gran cosmo-consciencia.
Algunos dan a ese poder cósmico el nombre de “alma del universo” como Spinoza; otros le llaman “Papá” como Jesús; para otros es, simplemente, el Tao, como Lao-Tsé; y otros, le dan el nombre de “Ley” como Einstein.
Toda vez que esos hombres de consciencia cósmica sienten la invasión de esa fuente infinita en sus canales materiales, vacían sus vehículos humanos y permiten ser poseídos por fuerzas cósmicas.
A veces, esas fuerzas superiores dominan totalmente la consciencia humana, tal como una tempestad hincha las velas de un velero y lo arrebata con gran felicidad; a veces, el marinero humano, bajo el impulso de la inspiración, domina y dirige con cautela su nave, impelido por una fuerza del Más Allá, pero conservando la dirección sobre las fuerzas telúricas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario