Este tiempo de consciencia expectante, siempre vuelve en la circularidad de la vida. Vuelve para recordarnos, que el recuerdo es nuestro objetivo presente. Recordar nuestra esencia, recordar nuestra tarea de recordar a Dios, al recordarnos a nosotros mismos, en cada momento y lugar. Recordar nuestra consciencia, para que ella nos permita reflexionar sobre la calidad de lo que pensamos; para que nos permita sentir y reflexionar sobre la calidad de nuestros sentimientos y sensaciones; discriminando lo sano para volverlo habitual y lo negativo para transmutarlo y crecer en espiral de menos a más, pasando de la reflexión a la acción y del error a la corrección.
El advenimiento viene para recordarnos que nuestro estado natural es la ecuanimidad y la sabiduría, no el estrés y la ofuscación. Viene para tocar esos puntos sutiles que indican que una existencia plena es vivir en afecto, autoconfianza, sencillez y alabanza. Gozando como adultos de este tiempo que nos vuelve niños, al dejar que ellos se acerquen a nosotros para atenuar nuestro estado mohíno y reír y juguetear aunque por breves momentos.
La natividad vuelve para decirnos que ya hemos leído demasiado, que hemos deliberado y tratado aquello que creemos es la espiritualidad, aunque estemos convencidos que de eso “solo sabemos que nada sabemos”.
El mundo real de lo espiritual es posible que nadie o muy pocos lo conozcan, sin embargo, el universo mediante nuestras consciencias demandan que sus creaturas evolucionemos hacia un primer nivel de “obreros prácticos” mediante un permanente “tratar”. Acercándonos al conocimiento del amor, practicando la tolerancia, la benevolencia, la justicia, la generosidad; es decir transformando ese intrínseco deseo de ser amados, comprendidos, aprobados y mimados, en material de trabajo superior, usando nuestra debilidad individual para ejercitarnos con atención pero sin tensión en la trasformación de esos rasgos negativos, compulsivos. Tatar precisamente de no enemistarnos con nuestras partes egoicas, por el contrario, aceptarlas y volverlas aliadas de nuestro desarrollo, por medio de la autoobservación, la no identificación y la sensación; aprendiendo a ver con todos nuestros sentidos el pasar de nuestros egos, que como nubes en un día ventoso se mueven agitadamente, pero, sin detenernos en ninguno de sus nimbos, simplemente “ver con nuestros sentidos alertas” como se mueven y que nos provocan , para constatar que luego de un poco de paz – ciencia, el cielo queda limpio y diáfano con el sol en esplendor. Pasó un momentum y nos preparamos para el próximo.
Este tiempo de alborozo se expresa bajo la metáfora de la lucha entre la oscuridad y la luz, pues es propicio para dejar en evidencia nuestras banalidades: quiero la mejor comida, el mejor manjar, el mejor regalo, la mejor atención, pero a su vez deseo dar afecto, y compartir, “vemos” nuestra dicotomía, la lucha entre la realidad y la utopía. Así vamos aprendiendo a recibir y dar, hasta la llegada de la madurez en la cual seamos capaces de dar más de lo que recibimos.
En este tiempo de recuerdo, pido a mi esencia, me permita acercarme a aquellos de los que me encuentro separado consciente o inconscientemente, real o metafóricamente. Para sentir que el otro es yo y que yo soy el otro y que todo somos uno.
Feliz paso (pascua) de las tinieblas (ego) a la luz (consciencia).
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