viernes, 29 de mayo de 2015

Ser Amor...




Cada vez que me toca pensar o escribir acerca de nuestra experiencia humana,  siempre termino recurriendo a uno de ellos en particular; a uno al que todos los seres que habituamos este planeta hemos logrado tipificar y aceptamos como universal: el amor.
Más allá de nuestras diferencias (color de piel, lugar de nacimiento, cosmovisión religiosa), los seres humanos estamos de acuerdo... con la mayoría de los atributos del amor.

Aceptamos, por ejemplo, que somos el resultado de un proyecto de amor (en el sentido más literal del término), que en el amor nos sostenemos mientras estamos, y que en el amor de los que se quedan también nos quedamos nosotros cuando nos toca partir, porque es una energía que perdura.


El amor es raíz en tanto entidad que siempre puede ser nutrida y siempre puede generar algo.

El amor no es el querer, ni el poseer. Pero tampoco es lo fugaz, o lo superficial.

Amor es lo profundo, sea cual fuere la dimensión del vínculo del que estemos hablando. Y no se confunda: este amor al que me refiero no tiene que ver ni con la mirada del amor romántico, pasional, ni metafísico, sino que es, justamente, el núcleo intenso de lo humano.

Ahora bien, ¿por qué motivo, como especie, requerimos del amor como el sustrato, la energía, el insumo, la disposición vital para sostenernos en la existencia? Creo que ese enigma forma parte, por definición, del misterio de nuestra esencia, y entiendo que no es necesario buscar demasiadas explicaciones. Para bucear en los motivos contamos con las artes, las ciencias sociales y la religión, entre otras tantas construcciones humanas, que intentan explicarlo por otras vías.

En nuestro caso se trata, más bien, de reconocer esa necesidad como un denominador común (cada cual lo entenderá a su modo, pero es indudable que atraviesa al conjunto de la humanidad). Por eso es imprescindible volver a ese amor y apelar a él cada vez que nos sea posible.
El trabajo de hacernos humanos en el amor es parte de esa construcción de conciencia: porque es precisamente en esa capacidad de amar y ser amados donde nos constituimos como humanos. Y de ese amor proviene toda la energía espiritual necesaria para desplegar nuestros valores en virtudes.


Mucha Luz a tu Corazon*!¡!

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