miércoles, 16 de marzo de 2016

EL MIEDO AL AMOR - Goy Paz




Qué ironía resulta ser que siendo amor lo que más buscamos es lo que mucha gente teme: amar y ser amado. ¿Cuál es el origen de ese miedo? ¿Podrá ser la falta de amor por uno mismo? ¿Podrá ser el poder de la ilusión, que nos hace ver lo que queremos y no lo que es? ¿Podrá ser que tenemos conceptos y experiencias equivocadas sobre lo que es el amor? O también puede ser que el amor que realmente buscamos no tiene nada que ver con el tipo de amor que experimentamos como humanos.

El fondo del asunto es que el miedo nos gobierna y donde hay miedo no puede haber amor tanto como que donde hay amor no hay cabida para el miedo pero entendamos por qué. Para comenzar, el tipo de amor que experimentamos la mayoría es un amor basado en el apego. Todo tipo de apego genera sufrimiento. ¿Amor con apego es realmente amor? Sí, podemos decir que es la forma de amor humano básico que conocemos. No es el nivel más alto de amor que, en el fondo, es el que estamos buscando aunque no lo podamos reconocer.
Hay muchas formas de amor pero la esencia del amor es una y en esa esencia no hay cabida para el miedo porque no hay nada que perder ni nada a lo que se pueda uno aferrar. Es un amor sin ataduras, libre porque es totalmente natural y está en la esencia de nuestro ser. Esto lo comprendí alrededor de los 47. Fue la primera vez, en toda esta vida, que sentí lo que era el amor incondicional y vivir sin miedo de ningún tipo. Al no haber miedo había totallibertad y paz. 
Nunca antes me di cuenta de que el miedo vivía incrustado en mi porque era necesario experimentar la ausencia de miedo total para conocer la diferencia. Estaba tan acostumbrada a convivir con los miedos que parecían naturales. Cuando tuve esta experiencia me quedé atónita y maravillada. Esa fue apenas la semilla del amor incondicional que tendría que seguir descubriendo con el tiempo pues tener una semilla sin sembrarla ni regarla no lleva a ningún lado.

 Aún después de lo que me sucedió, me tomó más años asimilar, procesar e integrar esa vivencia. Ahora, a los 53, he podido contemplar el amor desde un ángulo al que no tenía acceso.
Trabajar con el amor incondicional me llevó a reconocer que siempre tuve miedo de amar y ser amada. Ese miedo solo podía nacer de la falta de amor por mi misma. 

Tras recibir mucho rechazo por mi forma de ser mujer, que no encajaba con las demandas sociales, aprendí a tener una relación dual conmigo misma. Vivía dos mundos. En el uno sobrevivía (mundo material) y en el otro me enriquecía a través del contacto con mi interior. Como siempre me relacioné, prioritariamente, con el interior y consideraba que eso era yo, sentía el fluir de la buena relación conmigo misma y el amor que eso me propiciaba. Tuve que bloquearme a nivel físico para sobrevivir, para sentirme protegida del violento mundo humano. 

No podía ver la separación ni la falta de amor. En la adolescencia recuerdo que un chico empezó a buscarme y me dio tal susto que me porté como una idiota para asustarlo. Luego, me fijaba en chicos complicados con los que sería, prácticamente, imposible tener algo. El miedo me gobernaba y no lo podía ver porque no sabía lo que era el amor.
Cuando crecemos nuestra atención se enfoca en otro con la intención de encontrar el “amor verdadero” y no nos damos cuenta de que ese amor no puede llegar a menos que lo descubramos primero en nosotros mismos. La búsqueda de amor está enfocada hacia afuera y no hacia adentro. Ahora que la semilla del amor incondicional ha despertado en mi puedo ver el pasado y entenderlo. Puedo observar como otras personas corren de las relaciones y reconozco el patrón del miedo. 

Hay un par de motivos para correr. El primer motivo es el principal y es que uno no se ama a sí mismo lo suficiente como para poder aceptar que alguien le pueda amar. Por otro lado, como la mayor parte de nosotros vivimos en una ilusión y no vemos a los demás por lo que son sino como una proyección del dilema de nuestra psique, si alguien se nos acerca con intenciones íntimas, podemos cuestionar justamente si es algo que nos interesa o no. Esta segunda opción se da en menos casos porque es poca la gente que ha logrado conocerse lo suficiente, internamente, como para darse cuenta de las intenciones de los demás con total claridad.
En las relaciones de amor tenemos miedo de sufrir, de que nos dejen, nos traicionen, de que no nos quieran. ¡Qué complicado es poder desarrollar una relación íntima en donde no existan miedos! Pero sí es factible, al menos en un porcentaje. Es un tema en que las dos personas necesitan trabajar en sí mismas para mejorar la calidad de la relación. No se trata de cambiar al otro, se trata de resolver los bloqueos que cada uno tiene. Si yo tengo un bloqueo cuyo origen es el miedo, y eso afecta mis relaciones, entonces, para mejorar necesito trabajar en mi misma. 

En vista de que solemos culpar a otros de ser los generadores de los problemas, no asumimos la responsabilidad de nuestros bloqueos. El otro no puede resolver nuestros bloqueos, eso es algo que necesitamos hacerlo nosotros mismos y, enfrentar nuestros “cucos” puede tomar la vida entera.
Si pienso en el tiempo que me tomó asimilar la experiencia de amor incondicional (alrededor de 6 años), no se diga sobre todo el tiempo que puede tomar resolver conflictos o miedos internos que están tan arraigados. Pero sí se puede. Lo más interesante es que, conforme vamos trabajando internamente, van surgiendo nuevas cosas que nos van dando una mayor luz sobre lo que somos. 

Los procesos de la conciencia humana funcionan a un ritmo muy diferente de aquellas realizaciones espirituales o internas. Cuando me refiero a “conciencia humana” me refiero a las características que nos hacen estar presentes en las limitaciones de un cuerpo físico con las cualidades del pensamiento y los sentimientos que nos hacen humanos.

La mayoría sabemos que no solo somos humanos. Sabemos que el cuerpo físico es una expresión del ser para tener experiencias y la oportunidad de la vida.
Tenemos, también, experiencias que van más allá de nuestra humanidad y que trascienden espacio y tiempo. Estas son las experiencias de las dimensiones espirituales de las cuales también somos parte y, sin duda, son más contundentes que las experiencias de la vida física.

 Por ende, diferencio entre “conciencia humana” y “conciencia espiritual”. La asimilación de la conciencia humana sucede en cámara lenta porque necesita del pensamiento racional para que algo tenga sentido.

 La conciencia espiritual es abstracta y funciona totalmente de otra manera. Entonces, a nivel del alma podemos no tener miedo pero si en la conciencia humana estamos llenos de inseguridades, miedos, y sin la experiencia del amor por uno mismo, en las relaciones con otros humanos gobernarán los miedos aunque las almas se atraigan como dos magnetos poderosos.
Lastimosamente, nuestras sociedades han cultivado el mundo externo y han olvidado el interno. Eso de por sí ya coarta la relación con uno mismo y el “yo soy” es aplastado por los requerimiento sociales. Entonces, crecemos con experiencias instintivas del amor que nacen de la atracción y el deseo. Nuestro sentido del yo está tan aislado en el ego que no podemos ver a otros con claridad. Lo que hacemos es proyectar nuestros anhelos, deseos, cosas buenas y no buenas en el otro ser y los vemos a través de nuestra idea de nosotros. Para ver al otro, tal y como es, necesitamos desprendernos de nuestra identidad. Eso difícilmente sucede porque estamos extremadamente aferrados a una idea del yo. Entonces, lo que vemos del otro es una proyección de uno mismo.
Si bien las dimensiones espirituales juegan su papel en las atracciones y conexiones con otras personas, eso no se hace evidente hasta que las personas hayan trabajado en sí mismas esas dimensiones. En otras palabras, uno no puede ver a otra persona sino tan profundamente como se ha visto a sí mismo y, para experimentar la realidad del otro, es necesario salir del encapsulamiento del yo. Parecería contradictorio que se pueda ver al otro en función de lo que uno ha visto en uno mismo y que, sin embargo, para ver tal cual al otro, haya que desprenderse de uno, pero son, realmente, dos formas de concebir la realidad en la que intercambiamos con los demás. Vuelvo a la idea de que la historia de uno es la historia de todos con diferentes matices pero, esencialmente, experimentamos los mismos sentimientos humanos. La forma de asimilar las experiencias y los sentimientos difiere de acuerdo al enfoque que nos permitimos tener y lo que queremos lograr con lo que nos sucede.
Puedo concluir sugiriendo que se busque la experiencia del amor en el interior, en la relación con uno mismo. Luego, se puede reconocer que las relaciones pueden ser un gran espacio para que se nos refleje aquellos bloqueos en los que tenemos que trabajar para mejorar uno y mejorar la relación. Si el miedo gobierna tus relaciones, mira en ti, no en el otro.
Goy Paz

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