Cada uno de nosotros recorremos un largo camino de experimentación, un guión- o proyecto, o programa- escrito con múltiples posibilidades en cada ramificación. Todas las opciones que que elijamos están escritas en el guión, excepto una, la libertad esencial.
Hemos sido de todo en todos los tiempos. Hombre, mujer, deforme, guapísimo, emperador y mendigo, extraterrestre, ser de otras dimensiones, asesino, terrorista, sacerdote y chamán, fontanero y prostituta, abusador y víctima de todo lo victimable. Nuestra conciencia ha observado la dualidad en todas las posibles combinaciones susceptibles de ser experimentables. El universo ha escrito esta historia una y otra vez a lo largo de los eones, combinando todas las formas posibles y volviendo a comenzar de nuevo.
Independientemente de que el guión de la mente dual ya esté escrito y se repira una vez tras otra como una respiración cósmica, la manera de interpretar, percibir o sentir cada uno de los acontecimientos del guión depende de una elección profunda en esa terminal de la conciencia- o “pequeña alma”- con la que experimentamos. Esa elección no está escrita, en ella existe un margen de imprevisibilidad, una libertad auténtica en donde se abre la posibilidad de salirse del guión y regresar a casa.
Este nivel de imprevisibilidad oculto tras el guión o programa del ego corresponde a la dimensión mental superior, en donde la libertad esencial se hace presente. Existe, por supuesto, una simbología energética en el campo de energía punto cero.. Al nivel cuántico, ésta energía “madre” de todo lo que sucede se observa como un mar imprevisible. Las posibilidades son tantas que parecen ser imprevisibles. Entre ellas también está la libertad esencial de regresar a nuestra identidad. Para este regreso a casa es necesario utilizar la misma herramienta creativa que nos trajo al mundo: la mente. Esta manera de utilizar la mente para regresar a casa en lugar de seguir explorando y recreando la dualidad, es la libertad esencial, único recurso no escrito en el guión o programa ego, ya que no tiende a perpetuar la realidad construida.
La mente superior, en donde habita la inteligencia del amor, rige tu percepción del mundo si así se lo permites. Es importante entender esto. La inteligencia del amor rige tu percepción del mundo, no rige al mundo. Cuando tu percepción cambia, cambia tu experiencia, pero ciertamente el mundo sigue regido por la mente dual que todavía no ha alcanzado una libertad esencial.
Cada uno de nosotros, como terminal de la conciencia, elegimos a cada instante amor o temor, bajo cualquier forma de experiencia posible. Unión o separación. Libertad o programación. Se trata de dos sistemas de pensamiento. Uno de ellos mediante su expresión de Amor, regresa a la esencia y se desvincula del universo paulatinamente, tal como el niño que prescinde de sus juguetes. El otro sistema de pensamiento se apega al mundo y le proporciona realidad, culpándole, luchando contra sí mismo, en busca de más y más experiencias duales. El objetivo del primero es regresar a casa. El objetivo del segundo es seguir y seguir experimentando, ya que no cree que exista “hogar” alguno aparte del construido alrededor.
Sin embargo, en el camino de regreso a casa es preciso atravesar el tiempo creado, hay que limpiar el inconsciente con el cual permanecemos identificados y desapegarnos de nuestra identidad falsa. Mientras sucede este proceso, la experiencia individual se aleja del sufrimiento. El sueño se endulza cuando se hace consciente, cuando lo reconocemos como tal, cuando tomamos distancia al saber que estamos de regreso a casa. Dado que la experimentación exige atravesar una gran cantidad de tiempo y el regreso a casa no va a ocurrir espontáneamente, sino que requiere deshacer la ilusión mental creada con tanto inconsciente de miedo, culpa y dolor, se podría decir que el mejor modo de pintar el lienzo es aquel en el que empleamos menos colores de sufrimiento: culpa, dolor y miedo. En esta alegoría con el lienzo por pintar, los colores del sufrimiento son oscuros y ofrecen un fondo sobre el que probar puntos de luz.
Todos pertenecemos a una misma mente creadora de mundos, todos alimentamos a esa mente consciente e inconscientemente. La manera en que pintemos el lienzo también afecta a la mente global. Si pintamos el lienzo constante y consistentemente desde la conciencia Amor, estamos produciendo verdaderas perturbaciones mentales en el programa del ego. Tales perturbaciones fueron llamadas en otros momentos Jesús, Buda o Gandhi.
LIBRE ALBEDRÍO O PREDETERMINACIÓN
Si en cualquier reunión o foro decimos abiertamente que somos libres, es muy probable que nos encontremos con ásperas expresiones como respuesta. Todo ser humano de cualquier condición, en un momento u otro, a un nivel u otro, se encuentra aprisionado. Se puede decir que la libertad externa que parecemos disfrutar no lo es del todo. La podríamos llamar libertad dual. En teoría, siempre podemos elegir ante cualquier opción que se nos presenta, pero algo sucede en el fondo de nuestra estructura mental que lo impide. Se trata de los típicos conflictos del programa ego. La libertad de acción o libertad externa navega en un laberinto de ondas mentales: moral, ética, culpa, miedo, identidad social y personal, deseos y necesidades, conocimientos y creencias. Es la dualidad misma la que impide una experiencia real de libertad.
La libertad auténtica está precisamente en el origen de todo: en la conciencia o el modo de percibir. Aquí reside nuestra libertad esencial. Es interna y sutil, pero de un inmenso poder. El poder de restablecer la inteligencia del Amor en tu conciencia.
La creación de la mente dual es un guión escrito que se repite a través de los eones. Si nunca cobramos conciencia de nuestra identidad última como Amor, como extensiones de lo divino en el sueño de la mente, entonces estamos condenados a repetir cada uno de los aparentemente eternos ciclos del ego y su programación de supervivencia.
Como cada vez que hemos profundizado suficientemente en un tema trascendente, finalmente llegamos a una dicotomía. ¿Libre albedrío o predeterminación? Y como siempre, la respuesta del Amor es “sí y sí”. El guión de la creación está escrito y predeterminado. Pero su interpretación o el modo de sentirlo es libre. Ahí se oculta el regreso.
Un modo de verlo podría ser el funcionamiento de un videojuego. Introducimos un videojuego en la consola. La consola en este caso es la mente creadora de mundos. Este videojuego es la experiencia de la vida en la Tierra, por ejemplo. Existirán muchas posibilidades, por supuesto, pero para nuestro ejemplo mejor será emplear la única que nos resulta familiar, nuestra vieja Tierra.
Elegimos personaje, habilidades, vestimenta, armamento, tal como se hace en los videojuegos actuales al definir tu identidad. También se nos ofrece la posibilidad de escoger un escenario en el que se desenvuelva la aventura. En nuestro caso, según el aspecto del ego que venimos a representar, elegimos una familia y una situación geopolítica y social en la que criarnos.
Apretamos el botón “play” y somos concebidos. El escenario elegido determina que en nuestros primeros años del juego nuestro personaje vaya recibiendo una programación mental característica. Con ella obtendrá un filtro por el que ver la vida. Es el entrenamiento de la conciencia limitada.
Tal vez nuestros padres tengan cierta ideología, cierto modo de ver el mundo que produce distintas improntas en nuestra percepción de la vida, lo cual va a determinar cómo sentimos. El escenario es aún mucho más complejo. Tenemos compañeros de colegio, vecinos, profesores, experiencias aparentemente casuales. Nuestro personaje va recorriendo los escenarios totalmente involucrado en el juego. Nunca sospecha que solo sea un personaje “jugado” desde otro nivel.
En ese otro nivel hay una conciencia que es quien observa toda la experiencia, y de ella surge el tiempo, el espacio y todas las formas. Esa conciencia es el gran jugador, que a la vez resultó ser su programador. Ella está fuera del tiempo y el espacio. El tiempo y el espacio son ideas marco en las que desenvuelve el juego.
En esta comparación debemos hacer una salvedad en este momento. Hay que imaginar que la tecnología del video juego es mucho más avanzada que nuestra tecnología audiovisual actual. En nuestro videojuego, no solo hay una imagen y sonido, sino que hay tacto, olfato, sabor…y las sensaciones, las intuiciones, los sentimientos y el modo de pensar del personaje también son experimentados por la gran conciencia que juega. ¡Tecnología Cósmica!
En realidad, la conciencia va accionando debidamente cada mando de modo que el personaje va recorriendo los escenarios programados o situaciones de vida que eligió en un nivel anterior, al nivel de estructura álmica. Es cierto que algunas escenas pueden desembocar en distintas experiencias según la elección que tome el personaje en cuestión, que curiosamente tiene cierta autonomía, cierta capacidad de elegir entre las posibilidades del guión. No obstante, cada posible opción está preprogramada en el videojuego, donde también están desarrolladas sus consecuencias sistémicas. Cada elección reverbera en la interrelación con todos los demás personajes que, por cierto, aparentan jugar simultáneamente.
Sin embargo, hay ciertas experiencias del personaje que alteran la programación global. Son aquellas que hacen referencia a la conciencia del juego en sí, aquellas experiencias que buscan una realidad más allá del juego, aquellas percepciones que en lugar de dar realidad al juego, van más allá. Son las percepciones de los buscadores de la Verdad. Las proyecciones de la mente que enfocan al vértice superior del triángulo de la comprensión.
Continuará….
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