martes, 16 de febrero de 2016

ACEPTACIÓN 8... ¿POR QUÉ SUFRIMOS?


Pero hay otra manera de contemplar nuestra búsqueda del Hogar. Imagina que eres un recién nacido. Nunca antes has visto el mundo; todo te resulta nuevo y misterioso: ¡todas esas extrañas visiones, sonidos y olores!, ¡todos esos extraños sentimientos y sensaciones a los que todavía no puedes dar nombre! Te despiertas en mitad de la noche. Estás solo y tienes hambre y miedo (aunque aún no dispongas de palabras para referirte a ninguno de esos sentimientos). A cierto nivel “no estás bien” , y la única manera que tienes de comunicarlo es llorando y chillando. No puedes decir: “¡Disculpad! ¡No me siento bien! ¡Por favor, que alguien me ayude!”. Solo puedes chillar y esperar a que la ayuda llegue.
Tu madre entra, te toma en brazos, te calma y te amamanta. De repente, todo vuelve a estar bien. De repente, el malestar no parece tan terrible. El miedo no parece tan terrible. Ya no estás solo. Te sientes seguro de nuevo. Te sientes protegido por fuerzas exteriores a ti. Tu “no estar bien” se ha tornado en un “estar bien”. Algo, fuera de ti, ha venido y ha hecho que todo vuelva a ser perfecto.
Pero en realidad, no era mamá quien hacía que todo volviera a estar bien. Mamá no tiene realmente el poder de hacer que desaparezca el sentimiento de “no estar bien” …, eso es simplemente lo que le parece a u recién nacido. Es una preciosa ilusión pensar que los objetos, las personas o cualquier cosa exterior a nosotros pueden hacernos sentir bien, pueden devolvernos al Hogar. Rápidamente empezamos a creer que buscar algo fuera de nosotros acabará por hacer  que desaparezcan todos los malos pensamientos, sensaciones y sentimientos. . El mecanismo de búsqueda se ha puesto en marcha, probablemente desde una edad muy temprana y buscamos en el exterior algo que lo arregle todo. Quizá el apego a nuestras madres sea la primera expresión de esa búsqueda…, pero no es a nuestras madres a quien estamos apegados, sino al Hogar. Para la mayoría de los bebés, imagino que su madre es la primera persona que simboliza el Hogar.
Me pregunto si, de un millón de maneras diferentes, lo que intentamos con nuestra búsqueda no es simplemente volver al vientre materno, al lugar de la no separación. Allí no había separación entre el vientre y yo; no había separación entre mi madre y yo; solo había integridad, sin fuera ni dentro. Allí no existía el “otro”, es decir, todo era el vientre. Es como si el mundo entero estuviera allí, como si estuviera allí el universo entero, para cuidar de mí, para protegerme. Me sentía inmerso en un océano de amor, siempre. Era el hogar, sin ningún opuesto, ya que en él yo no conocía los conceptos de dentro y fuera. Era el océano en el que todas y cada una de las olas de experiencia se aceptaba profunda y absolutamente. Era yo mismo.
De hecho, ni siquiera estaba en el vientre; yo era el vientre. Así de completo estaba. No existíamos el vientre y yo (dos cosas); solo existía el vientre (una cosa, todas las cosas). De manera que, en verdad, no salí de él. En mi esencia más profunda, era- y soy- el vientre. Soy la integridad que añoro.
Pero, de este lugar de completitud total siempre presente y sin opuesto, parece que se me expulsó sin previo aviso. De repente, toda aquella seguridad natural desapareció. De repente me encontré ante un mundo de objetos separados, un mundo azaroso, impredecible, un lugar donde la comodidad, la seguridad- el estar bien- podían aparecer y desaparecer en cualquier momento. Ahora estaba en un mundo en el que el estar bien batallaba con el no estar bien.
No es irracional sugerir que, puesto que todo ser humano que existe o ha existido estuvo en el vientre materno, puede que todavía alberguemos un vago recuerdo pre verbal de aquel profundo sentimiento de bienestar, y que todos anhelemos intensamente regresar a él. Quizá la búsqueda del Hogar sea también la búsqueda del vientre…, no del lugar físico, sino de la integridad que allí había. Añoramos sentirnos a salvo, protegidos, ser uno con todo. Añoramos volver a estar profundamente bien.
Ahora que somos adultos ya no chillamos, literalmente, reclamando a nuestras madres; en vez de eso, tenemos maneras más sofisticadas de buscar alivio para nuestro malestar. Metafóricamente, chillamos por el siguiente cigarrillo, la siguiente copa, la siguiente conquista sexual, el siguiente ascenso en el trabajo, la siguiente experiencia espiritual, la siguiente vía de escape: cualquier cosa que haga que todo vuelva a estar bien, cualquier cosa que haga desaparecer el no estar bien.
Ni siquiera los niños que han tenido una infancia idílica y llena de afecto escapan a este sentimiento básico de separación, de carencia. Se diría que es inherente a la experiencia de ser un individuo. Ningún padre ni madre es culpable de haber creado este sentimiento de separación, esta sensación de carencia; nadie hace intencionalmente de su hijo un buscador. Los organismos recién nacidos que tienen capacidad de pensamiento abstracto acaban buscando, de un modo natural,  una completitud conceptual en el futuro, elaborando todo tipo de ideas sobre lo que les hace sentirse bien y mal en sus experiencias, e intentan escapar de todo aquello que perciben como causante del no estar bien, al fin de llegar al lugar del estar bien. Visto así, desarrollar un sentimiento de separación y,  luego, buscar la manera de corregirlo encontrando integridad, forma parte de la evolución natural de la vida. Buscar no es un error, y no es el enemigo. Es simplemente una cuestión de identidad equivocada.
LA RESISTENCIA QUE OPONEMOS AL MOMENTO PRESENTE
Estaré completo…
Cuando finalmente encaje entre mis semejantes, entre mis compañeros de trabajo, en la sociedad,
Cuando finalmente la gente me entienda y apruebe lo que hago, cuando toda la gente de mi alrededor cambie,
Cuando haya creado una obra maestra que todo el mundo alabe,
Cuando tenga un cuerpo perfecto,
Cuando finalmente haya manifestado mi destino,
Cuando haya encontrado a mi alma gemela,
Cuando haya experimentado el pleno despertar,
Cuando gane una medalla de oro,
Cuando tenga un hijo,
Cuando por fin encuentre lo que busco.

Buscamos completitud en el futuro porque, a cierto nivel, nos sentimos incompletos en el momento presente.
¿Quieres que te comprendan en el futuro? Eso significa que, a cierto nivel, ahora te sientes incomprendido. ¿Quieres alcanzar la iluminación en el futuro? Eso significa que, acierto nivel, ahora sientes que no estás iluminado. ¿Quieres encontrar amor en el futuro? Eso significa que, a cierto nivel, ahora no te sientes amado. La pregunta ¿Qué buscas en el futuro?  Es idéntica a la pregunta ¿De qué huyes ahora mismo?.
Es crucial que entendamos que nuestra búsqueda de algo abstracto en el futuro- la iluminación, riqueza, poder, éxito, amor- está siempre profundamente enraizada en la resistencia que oponemos al momento presente. La búsqueda de completitud fuera siempre tiene sus raíces en una experiencia de incompletitud presente.  Es en la incompletitud del momento presente donde empiezan todo nuestro sufrimiento y nuestra búsqueda; y en una profunda aceptación del momento presente es donde pueden terminar.
A veces la gente acude a mí y me preguntan cómo pueden iluminarse. Creen que estoy iluminado (aunque yo nunca diría que lo esté)  y que puedo enseñarles a ser como yo. Suelo contestar simplemente: “Bueno, ¿qué significa para ti la palabra “iluminación”? Cuando te ilumines ¿en qué se diferenciará tu experiencia de la de “este momento”?, y, en respuesta a mi pregunta suelen decir algo como: “Creo que la tristeza y el dolor desaparecerán. Creo que la iluminación se llevará todo lo malo que hay en mí”.
¿Te das cuenta? En realidad, nadie quiere “iluminarse”; lo que desean es escapar de los sentimientos presentes de insatisfacción, tristeza, dolor, ira, frustración, aburrimiento, vacío, o de no sentirse amados o valorados. Lo único que quieren es poner fin a su sufrimiento; pero, en vez de hacer frente a ese sufrimiento en éste mismo instante y de ver la integridad que hay en él, viven esperando a que un acontecimiento o un estado futuro lleguen y le pongan fin por ellos. Lo único que ansían es volver al Hogar, que es lo que queremos todos…, solo que, en su caso, están obcecados con la idea de que la iluminación será su futuro hogar.
No queremos que llegue el dolor, y sin embargo, llega. No queremos que aparezca el miedo, y sin embargo, aparece. Debido a nuestro condicionamiento, no vemos que el dolor, el miedo, la tristeza, la ira y todos los demás tipos de sentimientos forman parte de la completitud, forman parte de la integridad de la vida. Se nos ha condicionado a considerar que ciertas áreas de nuestra experiencia son imperfecciones, contaminaciones, aberraciones, impurezas, expresiones de incompletitud. Dicho de otro modo, se nos ha instruido, adiestrado e incluso hecho un lavado de cerebro para que veamos en ellas una auténtica amenaza para la vida en sí.  Creemos que esas áreas de nuestra experiencia están de algún modo “en contra” de la vida…, que no merecen ocupar un lugar dentro de nosotros. A la ira, al miedo, la tristeza, el malestar, el dolor…no se les debería dejar entrar. Si los rechazo es porque creo que no deberían existir en mí, porque no considero que formen parte de la integridad de la vida. Creo que son peligrosos para mi bienestar. Así que me paso todo el tiempo escapando de ellos.
¿Qué partes de tu experiencia sientes que no te pertenecen? ¿Qué pensamientos, sensaciones y sentimientos consideras que son ajenos a ti? ¿Cuáles te parecen que están fuera de lugar, que no deberían existir en ti, que no son realmente tú?
Sencillamente, buscamos pureza, perfección y completitud fuera de la experiencia presente porque tenemos la impresión de que nuestra experiencia presente está incompleta, es defectuosa, imperfecta, de algún modo, no íntegra. Buscamos integridad, porque no vemos integridad en el momento presente. No vemos que haya integridad en los pensamientos, sensaciones y sentimientos actuales, así que la buscamos en el futuro. Nos hacemos buscadores de integridad, y ahora necesitamos un futuro para completarnos. El buscador siempre necesita tiempo para encontrar lo que busca. El momento presente se convierte así en un medio para lograr un fin.
Y aquí es donde empieza todo el sufrimiento: en la pérdida del momento presente, la pérdida de nuestro verdadero Hogar.

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