jueves, 4 de febrero de 2016

Sin miedo - (Texto 34 de Thich Nhat Hanh)




Nuestra vida está llena de momentos extraordinarios y de momentos espantosos. Pero son muchos los casos en los que, detrás de la alegría, se oculta, por más contentos que parezcamos, el miedo. Tenemos miedo a que este momento concluya, a no lograr lo que queremos, a perder lo que amamos o a quedarnos desprotegidos. Pero el mayor de los miedos suele ser el conocimiento de que, un buen día, nuestro cuerpo dejará de funcionar. Por ello, por más arropados que nos hallemos por las condiciones que la acompañan, la felicidad nunca es completa.
Creemos que, para ser más felices, debemos reprimir e ignorar el miedo. Negamos el miedo porque nos incomoda pensar en las cosas que nos asustan. Pero, por más que nos empeñemos en ignorarlo y nos digamos «No quiero pensar en ello», el miedo sigue presente.
El único modo de liberarnos del miedo y ser realmente felices consiste en reconocerlo y ver profundamente en su fuente. Dejemos de querer escapar del miedo, permitamos que aflore en nuestra conciencia y mirémoslo directa y fijamente a los ojos.
Tenemos miedo a cosas externas que no podemos controlar. Nos preocupa enfermar, envejecer y perder lo que queremos. Por ello nos aferramos  a  las  cosas  que  nos  interesan,  como  nuestra  posición, nuestras propiedades y nuestros seres queridos. Pero esa identificación no pone fin al miedo porque, un buen día, ya no podremos seguir cargando con todas esas cosas y deberemos abandonarlas.
Tal vez creamos que, si los ignoramos, nuestros miedos de•saparecerán, pero lo cierto es que, por más profundamente que las enterremos, nuestras preocupaciones y ansiedades siguen afectándonos y haciéndonos sufrir. Por mucho miedo que tengamos a perder nuestro poder, siempre podemos mirarlo a la cara y dejar de estar a su merced. De ese modo, podremos sustraernos a su influjo y transformarlo. La práctica de vivir plenamente en el presente, a la que llamamos plena conciencia, puede proporcionarnos el valor necesario para enfrentarnos a nuestros miedos sin vernos empujados ni arrastrados por ellos. Estar plenamente atento significa ver profundamente, conectar con nuestra verdadera naturaleza de interser y reconocer que nunca hemos perdido nada.
Un buen día, durante la guerra de Vietnam, estaba sentado en un aeropuerto vacío, perdido en las regiones montañosas de mi país,
esperando la llegada de un avión que debía llevarme al norte para ayudar a las víctimas de una inundación. La situación era desesperada y tenía que ir en uno de esos aviones de carga que habitualmente se utilizan para transportar ropa y mantas. Ahí estaba yo, sentado en el aeropuerto y esperando a solas mi avión cuando se me acercó un oficial estadounidense, que también estaba esperando la llegada de su vuelo. Éramos las únicas personas que había en todo el aeropuerto. Cuando vi lo joven que era, me sentí invadido por una gran compasión. «¿Por qué habrá tenido que venir aquí a matar o a que le maten?», me pregunté. Fue esa compasión la que me llevó a iniciar una conversación preguntándole: «¿No tiene miedo al Viet Cong?» (que, como el lector recordará, era el término con el que se conocía a las guerrillas comunistas vietnamitas). Desa•fortunadamente, mi falta de delicadeza regó las semillas del miedo que había en él porque, llevando de inmediato la mano a su arma, me preguntó: «¿Acaso es usted un Viet Cong?».
Y esa respuesta no dejaba de estar justificada porque, antes de su llegada a Vietnam, todos los militares estadounidenses sabían que, detrás de cualquier vietnamita (monjes y niños incluidos), podía ocultarse un ser guerrillero. No es de extrañar que, con ese miedo metido en el cuerpo, los soldados acabasen viendo enemigos en todas partes. Bastó con que escuchara el término «Viet Cong» para que, desbordado por el miedo, echase rápidamente mano a su arma, por más que yo solo había tratado de mostrarle mi simpatía.
Yo sabía que, dadas las circunstancias, tenía que estar muy tranquilo. Así fue como, después de inspirar y espirar muy profundamente,  repliqué:  «No.  Estoy  esperando  un  avión  que  me llevará  a  Danang  para  ver  lo  que  puedo  hacer  para  ayudar  a  las víctimas de una inundación». Sentía mucha compasión por ese joven y traté  de  transmitírsela  a  través  de  mi  voz.  Mientras  hablábamos, también le comuniqué mi impresión de que la guerra había causado demasiadas víctimas, tanto vietnamitas como estadounidenses. El soldado se tranquilizó y pudimos entablar una conversación. Yo me sentía seguro porque estaba lúcido y en calma. Estoy convencido de que, de haber alentado su miedo, él hubiese acabado disparándome. No creamos, pues, que el miedo solo procede del exterior. Hay miedos que surgen de nuestro interior y, si no los reconocemos y los observamos atenta y profundamente, podemos crearnos muchos peligros y accidentes.
El miedo nos afecta a todos, pero si somos capaces de contemplarlo atentamente, acabamos librándonos de su garra y conectando  con  la  alegría.  El  miedo  nos  mantiene  atrapados  en  el pasado  o  preocupados  por  el  futuro.  Pero  si  reconocemos  nuestro miedo, advertiremos que ahora mismo estamos bien. Ahora, hoy en día, estamos vivos y nuestro cuerpo funciona perfectamente. Nuestros ojos todavía pueden ver el cielo hermoso y nuestros oídos todavía pueden escuchar la voz de nuestros seres queridos.
El  primer  paso  para  poder  mirar  el  miedo  consiste, precisamente, en permitir que aflore, sin enjuiciarlo, en nuestra conciencia. Basta con reconocer amablemente que está aquí. Eso, por sí solo, resulta ya muy liberador. Y cuando nuestro miedo se haya calmado,  podremos  abrazarlo  con  ternura  y  contemplar profundamente sus raíces, sus fuentes. Entender el origen de nuestras ansiedades y miedos nos ayuda a liberarnos de ellos. ¿Se deriva nuestro miedo de algo que sucede ahora mismo o se trata de un miedo antiguo, de un miedo infantil que todavía llevamos dentro? Cuando dejamos que nuestros miedos afloren, nos damos cuenta de que todavía siguen vivos y aún tenemos muchas cosas que atesorar y disfrutar. Cuando dejamos  de  reprimir  y  de  tratar  de  controlar  el  miedo,  podemos disfrutar de la puesta del sol, de la niebla, del aire y del agua. Cuando puedas mirar cara a cara al miedo y reconocerlo claramente, podrás vivir una vida que realmente merezca la pena.
Nuestro  mayor  miedo  es  que  al  morir  nos  convertiremos  en nada. Para liberarnos realmente del miedo, debemos mirar profundamente en nuestro interior hasta descubrir nuestra verdadera naturaleza más allá del nacimiento y de la muerte. Tenemos que liberarnos de la idea de que no somos más que nuestro cuerpo, que necesariamente está abocado a la disolución. Por ello, cuando entendemos que somos más que nuestro cuerpo físico, que no procedemos de la nada y que no nos desvanecemos en la nada, nos liberamos del miedo.
El Buda era un ser humano y, como tal, conocía el miedo. Pero pasó tanto tiempo ejercitando la atención plena y contemplando directamente el miedo que al final pudo enfrentarse tranquila y pacíficamente  a  lo  desconocido.  Según  cuenta  la  leyenda,  el  Buda estaba paseando un día cuando tropezó con Angulimala, un conocido asesino. Cuando Angulimala le echó el alto, el Buda siguió caminando lenta y tranquilamente. Y cuando Angulimala le atrapó y le preguntópor qué no se había detenido, el Buda replicó: «Hace ya mucho que me detuve, Angulimala. Eres tú quien todavía no se ha detenido». Y luego añadió: «Y también hace mucho que dejé de incurrir en actos que generan sufrimiento a otros seres vivos. Todo ser vivo quiere vivir. Todos temen la muerte. Debemos educar a nuestro corazón en la compasión y proteger la vida de todos los seres». Sorprendido, Angulimala quiso saber más y, al finalizar la conversación, tomó la decisión de no incurrir en más actos violentos y convertirse en monje.
¿Cómo pudo el Buda permanecer tan tranquilo y relajado al enfrentarse a un asesino como Angulimala? Es cierto que es un ejemplo extremo, pero cada uno de nosotros se enfrenta a diario, en cierta medida, a sus miedos. Por ello la práctica cotidiana de la atención plena puede ser extraordinariamente útil. Partiendo de la conciencia de nuestra respiración, podemos enfrentarnos a todo lo que obstaculice nuestro camino.
La ausencia de miedo no solo es posible, sino que es la alegría última. Cuando conectas con la ausencia de miedo, te liberas. Si estuviera en un avión y el piloto advirtiese que estamos a punto de estrellarnos, practicaría la atención plena a la respiración. Y espero que, si recibes malas noticias,  tú hagas lo  mismo. Pero  no  esperes, para emprender la práctica que puede ayudarte a superar el miedo y vivir atentamente, que llegue el momento crítico. Nadie puede quitarte el miedo. Ni aunque el mismo Buda estuviera sentado frente a ti, podría quitártelo. Eso es algo que debes practicar y entender por ti mismo. Si te ejercitas en la práctica de la plena conciencia hasta que se convierta en hábito, ya sabrás, cuando aparezcan las dificultades, lo que tienes que hacer
Thich Nhat Hanh

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