¿POR QUÉ ME OCURRE ESTO A MÍ? Parte 1 de 2
Pruebas, accidentes, Coincidencias y destino-
Las olas arrastran al único sobreviviente de un naufragio hasta una pequeña isla deshabitada. Éste reza con afán para que Dios lo salve, y durante días otea el horizonte sin descubrir nada. Finalmente consigue encender un fuego con un pedazo de cristal roto y un poco de yesca seca, y con el tiempo construye una pequeña cabaña para protegerse de los elementos y almacenar algunas posesiones. Un día, mientras busca comida, las ascuas del fuego hacen que la cabaña prenda y, al regresar a su hogar lo encuentra en llamas, al pie de una gran columna de humo. Es lo peor que podía pasar: ha perdido todo lo que tenía. Sin dar crédito a sus ojos cae presa de la ira y el dolor, “¡Dios! ¿Cómo has podido hacerme esto?”, increpa. Al día siguiente despierta con el ruido de un barco que se acerca a la isla. “¿Cómo supisteis que estaba aquí?”, pregunta el hombre, agotado. Y la respuesta fue: “Vimos las señales de humo”.
La gente que acude a mí con sus problemas a menudo se expresa con un: “¿Por qué me ocurre esto a mí?”, como si una gran fuerza cósmica fuera responsable de todo. El emperador y filósofo Marco Aurelio dijo: “Todo sucede tal como debe” y, al fin y al cabo, así es como ocurren las cosas. Con todo, incluso con las cosas más pequeñas, con las que parecen insignificantes o que en un momento dado no parecen tener ningún sentido, existe un plan. El guión ya está escrito (LE -158.4:3). Nuestro paso por el espacio y el tiempo no es accidental ni carece de diseño. Un joven me habló una vez de una experiencia que vivió mientras hacía un trabajo que odiaba: Un día, mientras conducía una furgoneta, frenó y se puso a darse cabezazos contra el volante repitiendo: “¿Por qué me ocurre esto?”. Al momento escuchó: “Para prepararte para el resto de tu vida”. Otro joven me contó que yendo de pasajero en un coche que estuvo a punto de estrellarse contra el lateral de un camión escuchó: “No te preocupes. Esto tiene que ocurrir pero todo saldrá bien”. Lo que nos interesa de este segundo caso es la frase “esto tiene que ocurrir”.
Has considerado algunos de tus mayores avances como fracasos, y has evaluado algunos de tus peores retrocesos como grandes triunfos.T-18.V.1:6
A todos nos ha pasado que nos ocurra alguna cosa y pensamos: “Nunca habría querido que esto sucediera”. Cuando, en 1989, dejé de ser propietario de un hostal rural, cesé como pastor metodista y perdí prácticamente todos mis recursos económicos, pregunté: “¿Por qué me pasa esto?”. Más tarde me di cuenta de que eso era lo que tenía que suceder. Yo debía pasar por aquella terrible experiencia y apartarme del sacerdocio para conseguir ver la dimensión real de las cosas. Yo mismo había escogido vivir aquella experiencia y era necesario que pasara por aquel proceso de purificación para vivir la vida a un nivel más profundo. En el año 2001, un cáncer y la posibilidad de perder la vida me permitieron llevar a cabo un proceso de renuncia a un nivel aún más profundo. La única manera de continuar adelante era aceptar la posibilidad muy real de la muerte, lo que me forzó a vivir el momento. Vivir el momento tiene la milagrosa cualidad de hacer que todo adquiera una vitalidad renovada.
Con responsabilidad me doy cuenta
De que mi pasado no contiene afrenta.
Diferente no podría haber sido
Así que de la culpa me olvido.
No hay nostalgia ni remordimiento.
Realmente, no cabía otro camino.
EN EL PASADO NO SE PRODUJERON TAMPOCO ERRORES
Dados los posibles factores hereditarios, medioambientales, económicos y de fe, cada uno de nosotros camina sobre la faz de la Tierra de la mejor manera que puede, pero Dios no nos condena por tropezar durante el camino. La clave para perdonarnos a nosotros mismos es aceptar el hecho de que nuestro pasado no podría haber sido otro. Fue el que fue, y lo mejor que podemos hacer es ponerlo a disposición de la corrección y dejarlo atrás.
El momento será tan apropiado como la respuesta. Y esto es verdad con respecto a todo lo que ocurre ahora u ocurra en el futuro. En el pasado no se produjeron tampoco errores… (M-4.VIII.1:4-6)
Cuanto más vayamos avanzando en el camino, más capacitados estaremos para mirar atrás y darnos cuenta de que este, el camino recorrido, era perfecto para asimilar lo que necesitábamos aprender. La presencia o ausencia de nuestros padres era precisamente lo que nuestro desarrollo espiritual requería. El lugar en el que crecimos era el lugar adecuado, y las cosas que nos ocurren ahora mismo forman parte de las lecciones de la vida: postrados en una cama de hospital, al borde de la quiebra o de la ruptura del matrimonio, enfermos de cáncer…sea cual sea nuestra circunstancia, somos más fuertes al amar aquello que acontece.
Tu paso por el tiempo y el espacio no es al azar. No puedes sino estar en el lugar perfecto, en el momento perfecto. Tal es la fortaleza de Dios. Tales sus dones. (LE-42.2:3-6)
Cuando todo se desmorona a nuestro alrededor, hay algo nuevo que intenta nacer, aceptar la responsabilidad de lo que está ocurriendo me ayuda a enfrentarme a ello. No son acontecimientos externos sin objetivo alguno lo que nos impele hacia adelante; todo forma parte de nuestro viaje espiritual, pues al fin y al cabo, es lo que estamos viviendo. En el universo no es posible que ocurran accidentes, puesto que Dios lo creó y cada uno de ellos, cada accidente, constituye una lección. Un proverbio francés dice que, a menudo, topamos con nuestro destino en el camino que escogimos para evitarlo. Aprendemos constantemente, y, cuanto mayores nos hacemos, mejor comprendemos que la vida en sí misma es algo que va mucho más allá de lo mundano, del cuerpo y del día a día.
La vida solo se puede comprender al echar la vista atrás, pero debemos vivirla mirando hacia adelante. (Soren Kierkegaard – teólogo danés)
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