viernes, 12 de febrero de 2016

.¿POR QUÉ ME OCURRE ESTO A MÍ?- Parte 2 de 2



ASUMIR LA RESPONSABILIDAD
Un estudio realizado a finales de los años 90 entre personas que habían llegado a los cien años de edad intentó determinar si existía un conjunto de condiciones psicológicas, aparte, evidentemente, del estado físico, que les hubiera permitido vivir tanto tiempo. Cualquiera que haya llegado a esa edad ha visto muchas cosas e, inevitablemente, ha sufrido mucho dolor y angustia. La característica que según el estudio todos tenían en común era la capacidad de superar el estrés.
El fuego destruyó mi establo. Ahora puedo ver la luna. (Haiku Japonés)
El símbolo chino para la palabra “crisis” tiene doble significado: ”peligro” y “oportunidad”. La palabra que se usa en japonés para dar las gracias es “arigato”, que significa: “las dificultades existen”. Según la sabiduría oriental, las cosas se convierten en su opuesto; de las dificultades surge la buena fortuna.
Hay un momento para la expansión y otro para la contracción: la una causa la otra y una requiere que la otra ocurra de nuevo. Nunca estamos tan próximos a la luz que cuando la oscuridad es más profunda. (Swami Vivekananda)
En realidad, si estamos preparados para admitirlo, el punto en el que debemos renunciar está perfectamente claro. En ocasiones, la renuncia es la única y mejor solución, pues no es la culpabilidad la que me hace sufrir, sino la manera en la que me aferro a ella. El dolor es el único sacrificio que el Espíritu Santo te pide. (T-19.IV.B.3:7). Tal como lo expresó Helen Keller, la autora sordociega estadounidense : “Aunque el mundo está muy colmado de sufrimiento, también lo está de la superación del mismo”. Cuando sabemos de alguien que ha superado  alguna dificultad o que ha nacido con alguna discapacidad y, a pesar de ello, ha vivido la vida al máximo, no podemos evitar sentir admiración por el poder de la mente. Helen Keller quedó sorda y ciega a los diecinueve meses de edad debido a un brote de escarlatina, pero, a pesar de su grave minusvalía y con la ayuda de Anne Sullivan, su maestra, Helen se graduó en Radcliff y escribió doce libros. El título de su autobiografía, “Luz en mi Oscuridad”, es suficientemente elocuente. Keller dijo en una ocasión: “Le doy gracias a Dios por los impedimentos que he sufrido, porque a través de ellos me he encontrado a mí misma, a mi trabajo y a mi Dios”. ¿Podemos decir que nos sentimos agradecidos por nuestros impedimentos y dificultades? ¿Somos conscientes de cuánto nos han ayudado a regresar al Hogar y a Dios?
Las pruebas por las que pasas no son más que lecciones que aún no has aprendido que vuelven a presentarse de nuevo a fin de que donde antes hiciste una elección errónea, puedas ahora hacer una mejor y escaparte así del dolor que te ocasionó lo que elegiste previamente. En toda dificultad, disgusto o confusión Cristo te llama y te dice con ternura: “Hermano mío, elige de nuevo”. (T-31.VIII.3:1-2)
SACÚDETE Y ÁLZATE
Un granjero cuyo mulo cayó a un pozo decidió, después de evaluar cuidadosamente la situación, que, aunque se complaciera del mulo, ni este ni el pozo valían la pena el esfuerzo del rescate. Reunió a todos sus vecinos, les explicó lo ocurrido y los reclutó para la tarea de echar tierra en el pozo para enterrar al mulo y acabar con su sufrimiento. Cada vez que una palada de arena caía sobre su lomo, el mulo se la sacudía y se alzaba, y continuó así palada tras palada. “¡Sacúdete y álzate! ¡Sacúdete y álzate! ¡Sacúdete y álzate!”. Sin importar cuan dolorosas le resultaran las paladas de tierra ni lo angustioso de la situación, el viejo mulo no dejó de sacudirse y alzarse, y pronto, aunque maltrecho y extenuado, salió triunfal del pozo.
 ACCIDENTES, COINCIDENCIA Y DESTINO
Nadie llega a nuestra vida por accidente; ningún encuentro entre dos personas es imprevisto. No importa si el encuentro dura un segundo o una eternidad.
El nivel más simple de enseñanza aparenta ser bastante superficial. Consiste en lo que parecen ser encuentros fortuitos: el encuentro de dos supuestos extraños en un ascensor “por casualidad”; el niño que sin mirar a dónde va se tropieza con un adulto “por accidente”; dos estudiantes que “de pronto” se encuentran caminando juntos a casa. Estos encuentros no ocurren al azar. Cada uno de ellos tiene el potencial de convertirse en una situación de enseñanza-aprendizaje. Quizá los dos supuestos extraños en el ascensor se sonrían el uno al otro; tal vez el adulto no reprenda al niño por haber tropezado con él, y tal vez los estudiantes se hagan amigos. Es posible, incluso en el nivel del encuentro más fortuito, que dos personas pierdan de vista sus intereses separados aunque solo sea por un instante. Ese instante será suficiente. La salvación ha llegado. (M-3.2:1-8)
En “Manual de iluminación para Holgazanes”, Thaddeus Golas dice “A la iluminación no le importa la forma en que llegues hasta ella”. Una vez ofrecí orientación a una persona que decía que la raíz de todos sus problemas era que vivía en Nueva York. Por supuesto, sus problemas no tenían nada que ver con el estado en que vivía, sino con su estado mental. Podemos aplazar y buscar innumerables excusas para no prestar atención, pero, tarde o temprano, no nos queda más remedio que enfrentarnos a la vida y ocuparnos de aquello que se interpone en nuestro camino. Al final, hay que pagar todas las cuentas pendientes u olvidadas.
No podemos concertar una cita con la iluminación. Ésta es un accidente, y la práctica espiritual nos hace propensos a los accidentes. (Suzuki Roshi)
El psiquiatra y neurólogo austríaco Victor Frankl, superviviente del holocausto, dijo que las personas que mejor llevaron el trauma de Auschwitz eran aquellos que, de algún modo, sabían que incluso en mitad del horror de aquella situación, todo tenía un propósito. Explicó que allí encontró dos tipos de personas, independientemente de su clase u origen étnico: decentes y afectuosos o indecentes y temerosos.
Aquellos que buscan cumplir impecablemente su destino son las personas más felices, incluso aunque decidan mantenerse solteros, rechacen la riqueza o sean crucificados. Ni un solo paso de los que damos a lo largo del camino pasa inadvertido. Ese camino ya lo hemos recorrido, de modo que se trata de pedir al Espíritu Santo que nos ayude a recordar lo que ya sabemos. En realidad, ya estamos en el Hogar (el Cielo), descansando en brazos de Dios. La historia y ha sido representada, y hemos conseguido entrar a Reino de los Cielos. Ya somos completos y perfectos. Simplemente, estábamos soñando tonterías. En la casa de Maya (las ilusiones) hay muchas moradas. El Cielo es una realidad, no un sueño. No existe angustia, enfermedad, pérdida, quiebra, problemas interpersonales o muerte que, por extraordinaria o trivial que sea, se cruce en nuestro camino sin traer un regalo entre las manos.
Todos tenemos una misión, y esa misión es recordar lo que ya sabemos. Se trata de recordar nuestra verdadera identidad, curar nuestras relaciones y unirnos a nuestros hermanos y hermanas para cruzar el puente que nos lleva hacia el mundo real. Aquellos que encuentran la manera de cumplir su destino afirman una y otra vez que sabían que había algo que debían hacer. Tenían que cumplir su destino y lo mejor que podían hacer era no negarse a ello.

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