martes, 30 de junio de 2015

Detenerse… y luego seguir




La licenciada Virginia Gawel nos da cinco consejos prácticos para hallar el silencio interior aún en medio de la agitación de la vida cotidiana. “Cuando ampliamos la conciencia y no damos por sentado lo que nos rodea, recobramos la oportunidad del instante. Nos convertimos en colegas de la Vida, siendo Vida viva, allí en donde estemos.”


Es bueno no querer más de esto: estar aturdidos, sobreestimulados, acelerados, hipnotizados por el abrumador ritmo del día… Sin embargo, pareciera ser que cada vez más la vida va empujando para que no podamos salir del remolino. Hasta que uno decide hacer algo diferente.


 Porque así como se puede estar a solas y lleno por dentro de ruido y de tensión, se puede estar en medio de la muchedumbre, de la autopista o del mercado, llevando el silencio consigo.


Valga una aclaración: no es fácil, y requiere de entrenamiento. Sin embargo, es posible. A la mayoría de las personas que buscamos un Sentido más profundo para nuestra vida nos toca ser algo así como monjes laicos y silvestres, cuyo monasterio es el mundo.

 ¿Por dónde comenzar a sembrar la semilla del silencio, para que germine decidida y fragante en cualquier terreno?


Las Tradiciones de distintos tiempos y culturas (o, como les llamó Aldous Huxley, la Filosofía Perenne: ese núcleo en común que tienen el Budismo, el Misticismo Cristiano, el Sufismo, el Taoísmo…), nos invitan a realizar distintas prácticas que hoy hasta la Psicología ha incorporado como indispensables, no sólo para sostener un equilibrio emocional, sino también para ir viviendo fieles a sí mismos. (De hecho, la Psicología Transpersonal abreva directamente en esas antiguas Tradiciones, apuntando a que la persona pueda cultivar lo más sano de sí misma.)


Enumeremos aquí cinco ítems, como para agendarlos y darles lugar en nuestra vida cotidiana…

– Crear en algún rincón de nuestra casa (como propone el monje vietnamita Thich Nhat Hahn) un espacio de silencio en el cual todo habitante de ese lugar pueda ingresar a aquietarse, a parar el vértigo, a estar eximido, inclusive, de interactuar con los demás. Un lugar respetado por todos, que puede ser un simple almohadón, donde, quien lo ocupe, genere el hábito lúcido de encontrarse con ese silencio.


Percatarse de todo lo que está sucediendo en nuestro interior puede equivaler a ese espacio vacío que anida en el centro de un huracán: allí nada se mueve, nada gira, hay una quietud única. Y cuando luego uno vuelve al trajín del día, ya nada es igual: la atención está con nosotros, dándole otro significado a cada instante.

 – Disponerse a practicar, en cualquier momento del día, un “STOP!” interno que instale una tregua en nuestros automatismos: emociones, pensamientos, tensiones corporales, actitudes… en ese instante pueden ser advertidos. Y sólo uno puede elegir su conducta una vez que uno se da cuenta! Puede ser de pie, en cualquier lugar (la parada del bus, el baño de la oficina o un templo al que entremos de paso). 

Allí, dejar que el cuerpo se balance, sintiendo la presencia personal con la mayor nitidez posible. Percatarse de todo lo que está sucediendo en nuestro interior puede equivaler a ese espacio vacío que anida en el centro de un huracán: allí nada se mueve, nada gira, hay una quietud única. Habitar ese espacio es habitarse a sí mismo. Y cuando luego uno vuelve al trajín del día, ya nada es igual: la atención está con nosotros, dándole otro significado a cada instante.


– Algo que siempre he sentido como un recurso muy bello es, como se dice en el Budismo Tibetano, abrir los sentidos. Sí: el cerebro se bloquea ante los múltiples estímulos que le llegan, y hay un momento en el que ya no percibimos. Advertirlo nos permite por un instante (y luego otro instante, y otro, y otro…) prestar atención a lo que llega a los oídos, y escucharlo de verdad.

 Es más: te invito a hacerlo ahora, antes de seguir leyendo: qué sonidos te llegan desde cerca y desde lejos, sin que lo hayas advertido hasta recién? Y luego podemos pasar al tacto: sentir la ropa sobre el cuerpo, la presión en los puntos en los que éste se encuentra apoyado, la temperatura del ambiente… 

Percibir con plena lucidez es habitar el presente. Y uno más (aunque, desde ya, podríamos seguir con cada sentido), pero lo pondré en un ítem aparte…



– Se trata de (en una metáfora personal) instalar una cámara fotográfica debajo de los párpados. (Yo la llevo a donde quiera que vaya!) Mirar intentando ver. Tomar fotos con los ojos a los detalles de Belleza que se asoman por doquier: en este instante en que escribo, la nariz de mi perro ocupando su redondo espacio oscuro contra la manta clara, plena de húmeda textura… 

Un colgante de vidrio azul que me mira desde la ventana, cobrando vida al dejarse atravesar por la luz… Los zapatos que están junto a mi cama, ambos como si tuvieran vida propia, carácter, identidad, mostrando distintos matices de color que requerirían de la paleta de Van Gogh para ser fiel a lo que mis ojos registran. 

Cuando intentamos ver, la memoria se corre y deja abiertas, -como también decía Huxley-, “las puertas de la percepción”. De pronto, lo cotidiano se vuelve asombroso; y a-sombrarse es salir de la sombra, aunque sea por un momento. (Y luego otro, y luego otro…)


– Como señala el hermano David Steindl-Rast, no dar por sentado: aún yendo en el metro o en un ascensor, en la abigarrada calle o ante el silencio campestre, crear espacio para la extrañeza. 

Son raras tus manos, en este instante allí, donde están apoyadas, con su piel tan distinta en la palma que en el dorso, y sus uñas en la punta de cada dedo así, creciendo persistentemente sin que el dedo se estire con ellas… 

Son milagrosos los huesos de tu cuerpo que te mantienen erguido contra la increíble fuerza de gravedad que podría licuarte en el aire… 

Son sorprendentes tus pulmones que respiran lo que los árboles te han regalado para este día… y al exhalar, tu aire los nutre a ellos, en perfecta reciprocidad.


Cuando ampliamos la conciencia y no damos por sentado lo que nos rodea, recobramos la oportunidad del instante. Rompemos el hechizo del trance en el que el entorno busca involucrarnos. Nos convertimos en colegas de la Vida, siendo Vida viva, allí en donde estemos. 

Como decía el querido Walt Whitman, nos hacemos cargo de esto: “Por mi fluyen sin cesar todas las cosas del universo.” Si lo vivimos una vez, esa comprensión nacida del silencio facilita futuras comprensiones.


Todo comienza con un “STOP!”. Detenerse. Observarse. Observar. Y, como dice el hermano David, luego seguir… Pero ya no igual.

Virginia Gawel es psicóloga, ejerce como terapeuta, docente y escritora, difusora desde este paradigma en distintos medios. Desde 1985 se ha especializado en la integración de las Psicologías de Oriente y Occidente. Es Directora y fundadora del Centro Transpersonal de Buenos Aires.
www.centrotranspersonal.com.ar

No hay comentarios: