La vida es un proceso de aprendizaje y purificación. Hay una historia que ilustra muy bien este principio.
Una vez hubo un grupo de mujeres estudiando el libro de Malaquías en el Antiguo Testamento. Mientras estudiaban el capítulo tres se encontraron con el tercer verso, que dice:
“Se sentará como un refinador y purificador de plata”.
Este verso desconcertó a las mujeres y se preguntaron qué significaba esta afirmación acerca del carácter y la naturaleza de Dios.
Una de las mujeres se ofreció a averiguar acerca del proceso de refinamiento de la plata y volver al grupo en el próximo estudio de la Biblia.
Esa semana la mujer llamó a un orfebre y tomó una cita para observarlo trabajar. No mencionó nada acerca de los motivos de su interés más allá de su curiosidad acerca del proceso de refinamiento de la plata. Mientras miraba al orfebre, él sostenía una pieza de plata sobre el fuego y la dejaba calentar. Explicó que en el refinamiento de la plata, uno necesitaba sostener la plata en el medio del fuego donde las llamas eran más calientes como para hacer desaparecer todas las impurezas.
La mujer pensó en Dios sosteniéndonos en un punto tan caliente – luego pensó nuevamente en el verso, que él se sienta como un refinador y purificador de la plata. Le preguntó al orfebre si era cierto que él tenía que sentarse allí delante del fuego todo el tiempo que la plata era refinada.
El hombre respondió “Sí”, y explicó que no sólo se tenía que sentar allí sosteniendo la plata sino que además tenía que mantener su mirada sobre la plata todo el tiempo que estaba en el fuego. Si dejaba la plata en el fuego por un momento demasiado largo, se dañaba. La mujer se quedó en silencio por un momento.
Luego le preguntó al orfebre: “¿Cómo sabes cuando la plata está completamente refinada?” Él le sonrió y contestó: “Ah, eso es fácil. Cuando veo mi imagen en ella”. Si hoy sientes el calor del fuego de este mundo, sólo recuerda que Dios tiene Sus ojos en ti, –
Desconocido
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